Joan Oller Guzmán (Universitat Autònoma de Barcelona)
Profesor Agregado de la Universitat Autònoma de Barcelona, arqueólogo profesional y director del Sikait Project, proyecto de excavaciones arqueológicas en el Parque Nacional de Wadi Gemal (Desierto Arábigo, Egipto).
RESUMEN
El Desierto Arábigo se sitúa en una extensa franja de tierra entre el río Nilo y el Mar Rojo, a lo largo de miles de quilómetros. A pesar de ser una zona inhóspita y compleja para el desarrollo de actividades humanas, desde épocas remotas existió un interés en su ocupación y explotación, siendo especialmente relevante el período grecorromano. En ese momento se desarrolló una organización sistemática de este espacio vinculada a la obtención de recursos minerales y al control de las rutas comerciales que partían del Mar Rojo.
PALABRAS CLAVE
Desierto Arábigo, Egipto grecorromano, canteras, minería, Mar Rojo, comercio.
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El Desierto Arábigo consiste en una franja de tierra desértica situada al este del Desierto del Sáhara, concretamente entre el río Nilo y el Mar Rojo, extendiéndose por diversos países actuales como Egipto, Sudán, Etiopía o Eritrea. A pesar de su carácter árido e inhóspito, desde época antigua despertó el interés de los diferentes poderes que controlaron la zona, siendo especialmente relevante la relación de los gobernantes egipcios con el área más al norte del desierto, la que se situaría entre el delta del Nilo y la primera catarata. Se trata de un territorio de características cambiantes, pero de forma general podemos hablar de un llano costero que acaba chocando con una potente cordillera montañosa atravesada por numerosos wadis que actúan aún hoy como los principales ejes de comunicación natural en la región. A partir de cierto punto hacia el oeste, este espacio densamente montañoso desemboca en una extensa meseta arenosa que llega hasta el valle del Nilo. Las características físicas y climáticas dificultan sobremanera el establecimiento de comunidades humanas en su territorio, con grandes oscilaciones térmicas que pueden llegar a 50 grados de temperatura en los meses más calurosos y con un régimen pluvial muy escaso. Con todo, existe una cantidad relativamente frecuente de agua subterránea a la que los habitantes de la zona tradicionalmente han accedido mediante pozos.
A pesar de las dificultades inherentes a esta zona, se evidencia presencia humana desde antiguo y ello se debe al interés que despertó su abundantísima riqueza mineral, juntamente a su papel como área de conexión entre el valle del Nilo y el Mar Rojo. En relación con el primer aspecto, cabe remarcar la presencia de piedra de calidad, oro y piedras preciosas como la esmeralda o la amatista. Segundamente, el Mar Rojo actuaba como eje de contacto comercial con zonas de gran interés como Arabia, el cuerno de África o la India. Es por ello por lo que ya en época faraónica tenemos abundantes evidencias de expediciones al Desierto Arábigo, fundamentalmente en busca de oro, bien documentadas en el Wadi Hammamat. Este interés se mantuvo hasta las últimas dinastías nativas. Ahora bien, fue a partir de época grecorromana cuando la ocupación y explotación de este desierto llegó a su punto más elevado.
Tras la conquista de Egipto por Alejandro, se inició una nueva dinastía gobernante, la ptolemaica, regida por Ptolomeo I y sus herederos. Con el objetivo de consolidar política y económicamente la nueva dinastía, parecería que, desde un primer momento, los monarcas ptolemaicos mostraron interés en el control y explotación del Desierto Arábigo. De nuevo, el objetivo iba enfocado a la obtención de los recursos minerales de la región (básicamente el oro) y, por otro lado, al dominio de las rutas comerciales que se dirigían hacia Meroe y el Mar Rojo. Dentro de los productos que interesaba obtener cabe remarcar las especias, la madera, el incienso y, especialmente, los elefantes de guerra.
Arqueológicamente resulta complejo poder determinar las características de este período de dominio griego de esta área, puesto que la investigación arqueológica en relación con este período aún es de trayectoria joven, con los primeros trabajos de prospección sistemática llevados a cabo en los 90 del siglo pasado. Con todo, los proyectos arqueológicos llevados a cabo especialmente en la ciudad portuaria de Berenike por parte del equipo dirigido por S.E. Sidebotham, juntamente a los proyectos del IFAO en Samut y los fuertes de la ruta entre Edfú y Berenike, han empezado a mostrar cierta luz sobre esta fase. Así, las excavaciones en el asentamiento de explotación aurífera de Samut han permitido plantear que ya bajo Ptolomeo I se iniciaron las primeras intervenciones estatales para la explotación de los recursos minerales de la zona. Con todo, el gran momento de expansión de la presencia ptolemaica en la región se dio a partir del gobierno de Ptolomeo II, con una intensificación de la explotación aurífera y, especialmente, la creación de un conjunto de ciudades portuarias encargadas de asegurar el control y aprovisionamiento a través de las rutas comerciales del Mar Rojo. De entre ellas, las más remarcables fueron Berenike y Myos Hormos. A la vez, para asegurar el control y comunicación entre estos asentamientos, se adecuó y protegió la vía entre Edfú y Berenike, mediante un conjunto de fuertes, normalmente situados en puntos con acceso a agua subterránea (conocidos como hydreumata). Curiosamente, las fuentes ponen especial énfasis en la importancia de la importación de elefantes de guerra como motor principal de los intereses ptolemaicos en la zona, puesto que resultaban cruciales en los enfrentamientos militares con los seléucidas. Dicha importancia está bien documentada tanto epigráficamente, como arqueológicamente en yacimientos como Berenike.
Esta estructuración se mantuvo sin excesivos cambios hasta la gran revuelta tebana de 206-186, que cortó el acceso de la dinastía lágida al Alto Egipto. Tras sofocar la rebelión, todo parece indicar que se dio un cambio de percepción por parte de los faraones ptolemaicos sobre dicha zona, de tal modo que se empezó a privilegiar el núcleo de Koptos, y las vías que de esta ciudad salían hacia Berenike y Myos Hormos, por encima de Edfú, más difícilmente controlable en caso de una nueva revuelta tebana. Con todo, durante los siglos II-I a.C. se mantuvo la presencia ptolemaica en la zona, si bien arqueológicamente parece que existió cierta contracción en el número de asentamientos documentados. Ello se podría asociar a esta mayor focalización en el área norte del desierto, pero también a una mayor presencia de la influencia meroítica o de los pueblos nómadas locales.
A partir de finales del siglo I a.C., el Desierto Arábigo egipcio entra en una nueva fase a partir de la conquista romana. Se trata de un período mucho más rico en evidencias arqueológicas y textuales y que corrobora la importancia fundamental que Roma concedió a esta región desde un punto de vista económico y comercial. Tanto las fuentes literarias como Estrabón o Plinio, la epigrafía y la arqueología demuestran sin dudas que a partir de Augusto se produce una intensificación de la explotación de este territorio con su organización sistemática, evidentemente partiendo de las bases establecidas en época ptolemaica. Los intereses de Roma, de nuevo, se centraban en la obtención de recursos minerales (piedra de calidad, oro, esmeraldas, amatistas, etc.) y en el control de las rutas comerciales hacia el Mar Rojo. En este sentido, podemos remarcar, por ejemplo, el inicio de las masivas explotaciones de las canteras imperiales, destacando especialmente el Mons Claudianus y el Mons Porphyrites. Pero también la intensificación de la extracción de esmeraldas (muy probablemente ya iniciada en época ptolemaica) en la región del Smaragdos. También se documentan trabajos mineros de época romana en las zonas de obtención de amatistas como Wadi Abu Diyeida y Wadi el Hudi.
Por otro lado, los puertos del Mar Rojo de Berenike y Myos Hormos entran en su fase de mayor esplendor, con un alto nivel de circulación comercial que ponía en contacto el mundo mediterráneo y el valle del Nilo con otras áreas como el cuerno de África, Arabia y la India, permitiendo la llegada de productos de lujo como el incienso y la mirra, madera de calidad, especias, piedras preciosas, etc. Esta impresionante red comercial quedó bien plasmada en el Periplo del Mar Eritreo. Para asegurar el aprovisionamiento y protección de esta red productiva y comercial se consolidaron las vías de contacto con el valle del Nilo, con especial relevancia en este momento de Koptos como punto central y con dos vías clave dirigiéndose a Myos Hormos y Berenike respectivamente. La vía que unía esta última con Edfú siguió en uso, pero de forma mucho más minoritaria. Como ya sucediera en época ptolemaica, el control de las vías se llevaba a cabo a través de diversos fuertes o praesidia situados a lo largo del camino, con una función primordial de control de las fuentes de agua disponibles. En el período alto-imperial se dieron diversas reformas de estas guarniciones, siendo especialmente importante el período flavio. Por otro lado, en época de Adriano se daría una importante actualización, con la creación de un nuevo eje viario, la vía Nova Hadriana, que unía Antinoópolis con Berenike por la costa, privilegiando este más sencillo acceso a las tradicionales vías a través del desierto.
A partir del siglo III d.C. la inestabilidad general vivida por el Imperio Romano (y especialmente el Egipto romano) tuvieron una incidencia destacada en la región. Así, vemos como núcleos clave como Myos Hormos fueron progresivamente abandonados, mientras que Berenike sufría una importante fase de contracción. Del mismo modo, buena parte de las canteras imperiales también fueron abandonadas, en el caso del Mons Claudianus de forma definitiva, mientras que la mayor parte de fuertes también dejaron de funcionar a lo largo del siglo III. En general, pues, un momento de cierta contracción económica en el territorio que afectó principalmente a la extracción de recursos minerales y al comercio. Con todo, a partir del siglo IV la arqueología permite observar una remarcable recuperación del territorio, de tal modo que, por ejemplo, Berenike vive un nuevo período de gran crecimiento, la región del Smaragdos entra en una fase de gran esplendor constructivo, mientras que algunas canteras como el Mons Porphyrites siguen siendo explotadas de forma sistemática. La historiografía tradicionalmente ha vinculado este crecimiento a la estabilización del Imperio Romano a partir de las reformas de Diocleciano y a un nuevo control de estos territorios. Ahora bien, los más recientes hallazgos epigráficos y arqueológicos en yacimientos como Berenike o Sikait empiezan a poner en duda esta visión, de tal modo que parecería que las poblaciones locales de origen nómada, los blemios de las fuentes, tendrían un papel mucho más relevante del que se podía esperar en este proceso. Así, dos epígrafes hallados en el Northern Complex de Berenike o los datos procedentes de la excavación del asentamiento de Sikait, parecerían indicar que estos blemios podrían haber controlado de forma más o menos directa este territorio a partir del siglo IV. De hecho, ya numerosos ostraca recuperados en praesidia indicaban la presencia de estos blemios, quienes, sobre todo a partir del siglo III d.C., empezaron a presionar el limes romano. Parecería que, a partir de inicios del siglo IV, en este nuevo contexto geopolítico en el que Roma no puede controlar de forma tan férrea este territorio, nuevos actores aparecerían en la zona interviniendo directamente en el dominio de la extracción de recursos minerales o en el control de las rutas comerciales. Aún no estamos en disposición de asegurar exactamente cómo era la relación entre Roma y estos grupos poblacionales locales, pero no se puede descartar una alianza como foederati o, incluso, un dominio de facto del territorio y sus recursos permitiendo a Roma un acceso controlado a los mismos (tal como indican directamente fuentes como Olimpiodoro, Epifanio o Cosmas Indicopleustes en relación con las minas de esmeraldas, bajo el control de los blemios desde finales del siglo IV d.C.). En cualquier caso, el papel de estos grupos locales fue, sin duda, capital, hasta el siglo VI d.C., momento en el cual se vuelven a dar nuevas transformaciones en la región con el abandono definitivo de Berenike y la aparición de nuevos centros políticos y económicos que antecederán la entrada en el período islámico a partir de inicios de siglo VII d.C.
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