LOS ORÍGENES DE LOS ETRUSCOS

David Vendrell Cabanillas (Universidad Autónoma de Madrid)

David Vendrell Cabanillas es Doctor en Estudios Artísticos, Literarios y de la Cultura por la Universidad Autónoma de Madrid. Tiene un Máster Interuniversitario en Historia y Ciencias de la Antigüedad por la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad Complutense de Madrid y es Graduado en Historia con Mención en Prehistoria, Historia e Arqueología hasta el Primer Milenio por la Universidad Rovira y Virgili. Su principal interés es el estudio de la cultura visual antigua, con especial atención al arte griego antiguo, la cerámica ática (especialmente en la zona etrusca) y la cultura material y visual etrusca y falisca.

RESUMEN

Los etruscos fueron un pueblo itálico prerromano cuyos orígenes fueron planteados y discutidos por la historiografía antigua (griega y romana). Autores griegos propusieron dos tesis migracionistas: la pelasga (Helánico de Lesbos) y la lidia (Heródoto), ambas basadas en relatos míticos vinculados a movimientos coloniales hacia la península Itálica. Aun así, Dionisio de Halicarnaso, en la Roma de Augusto, rechazó completamente estas versiones sobre la base de un razonamiento analítico y defendió la tesis autóctona.

PALABRAS CLAVE

Etruscos, pelasgos, lidios, autoctonía, orígenes, Helánico de Lesbos, Heródoto, Dioniso de Halicarnaso

1. INTRODUCCIÓN

Los etruscos fueron un pueblo itálico local cuya formación histórica, política, económica, social y cultural tuvo lugar a lo largo de casi mil años, desde el siglo X a. C. hasta el siglo I a. C.

Los propios etruscos remontan el origen de su pueblo a una fecha correspondiente al siglo XI o X a. C. Pensaban que su historia tuvo un inicio y tendría un final, es decir, creían que estaban sujetos a las reglas del tiempo. Varrón (Cens. De die natali. XVII. 5-6; Serv. ad Aen. VIII. 526) informa que en los libri rituales parecía que la duración del nomen etrusco fue de nueve grandes saecula (cada uno de unos ciento veinte años de duración), el último de los cuales habría empezado en el 88 a. C. En cambio, los arúspices anunciaron a Augusto que la historia de Roma estaba destinada a durar diez saecula. De hecho, según Servio (ad Ecl. IX. 46), Augusto creía que durante su principado había empezado el siglo X, el último que marcaba el fin de la existencia del pueblo etrusco (gens etrusca).

2. LA PERCEPCIÓN GRIEGA

Frente al silencio de Homero, la primera referencia de los etruscos en la literatura griega se halla en Hesíodo (siglo VIII a. C.) quien, en el pasaje final de la Teogonía (1012-1016), sitúa a “los célebres Tirrenos” en una tierra muy lejana, “al fondo de las islas sagradas”, gobernados por Agrio, Latino y Telégono, hijos de Circe y de Odiseo. Aun así, Hesíodo no especifica ni sus orígenes étnicos ni los territorios que habitaron. Es la historiografía antigua (griega y romana) la que nos informa sobre las tres versiones de los orígenes de los etruscos (pelasgo, lidio o autóctono) que son el resultado de una compleja reflexión de tipo mítico-histórico en torno a las relaciones entre el mundo griego y etrusco.

3. LA TESIS DE LOS ORÍGENES «ORIENTALES»

La tesis «migracionista» se basa en dos tradiciones distintas recogidas en el siglo V a. C., y transmitidas por historiadores de origen greco-asiático. 

3.1. ORIGEN PELASGO

Según el testimonio transmitido por Dionisio de Halicarnaso (FGrHist 4 F 4; I 28, 3), Helánico de Lesbos (490-405 a. C.) (historiador griego que vivió en la Atenas de Pericles y que fue contemporáneo del historiador Heródoto), identificó (por primera vez) en su Phoronìs (o Forónide) (440/430 a. C.) a los tirrenos con los descendientes de una rama del pueblo legendario prehelénico de los pelasgos.

Justo después del diluvio universal de Deucalión, en tiempos del rey Nanas, que vivió en la quinta generación a partir del epónimo Pelasgo, los pelasgos fueron expulsados de Tesalia por estirpes helénicas descendientes de Deucalión y su hijo Heleno. Sin embargo, el relato de Dioniso de Halicarnaso (I. 17-18) sitúa el origen remoto de los pelasgos en la ciudad de Argos del Peloponeso.

Como consecuencia, los pelasgos cruzaron el mar Adriático y después de alcanzar el golfo Jónico (es decir, el Alto Adriático), desembarcaron en la desembocadura del río Po, llamado Espines por Helánico (D. H. I. 28, 3) y Spina por Dioniso de Halicarnaso (I. 18, 4). Allí, una parte de la expedición, ya sin fuerzas para continuar, se quedó para custodiar las naves allí abandonadas, mientras que el resto se dirigió a Crotona (es decir, Cortona), y después de conquistarla, colonizaron toda la región de Tirrenia, ocupada en ese entonces por umbros, la gens antiquissima Italiae de Plinio (N.H. III. 112), sículos e indígenas (Fig. 1).

Figura 1. Diáspora de los pelasgos según Helánico de Lesbos. Elaboración propia del autor.
Figura 1. Diáspora de los pelasgos según Helánico de Lesbos. Elaboración propia del autor.

Aunque en la cita textual de Helánico no hay ninguna indicación explícita, el rey Nanas es considerado generalmente como el líder de la expedición colonial y, por tanto, como el fundador del pueblo tirreno, un ethnos bárbaro, hablante de una lengua incomprensible para los griegos. De hecho, en el pasaje de Helánico, los pelasgos se convierten en tirrenos sólo después de haber llegado a la desembocadura del río Po.

Además, la conversión étnica de pelasgos a tirrenos estuvo acompañada, según Dioniso de Halicarnaso (I. 18), de una transformación de simples migrantes continentales muy poco experimentados en la navegación a un pueblo experto en el arte náutico que dominó el mar durante largo tiempo. Incluso, dicha transformación también está presente en el plano onomástico. Según los estudios lingüísticos más recientes, el significado del nombre tyrsenoi/tyrrhenoi derivaría del concepto de “migrantes” que haría referencia a la movilidad marítima de los tirrenos en las aguas del Mediterráneo, que los griegos habrían observado a raíz de sus contactos comerciales y políticos con los etruscos. De hecho, las gentes tirrenas tuvieron la fama de hábiles marineros en el mundo griego en general.

Actualmente, la hipótesis más plausible sobre la época en la que se remonta la versión sobre el origen pelasgo de los etruscos transmitida por Helánico y Dionisio de Halicarnaso es la Atenas de la época de Pericles, la cual intensificó los intercambios comerciales con el mundo etrusco.

En la época de Pericles, a partir de la alianza establecida en el 462/1 a. C. con Argos y Tesalia, los atenienses utilizaron numerosas tradiciones que apoyaban un antiguo sustrato pelasgo del Ática (Hecat. FGrHit 1 F 127; Hdt, Hist. VI, 137-140; VIII. 44, 2; Strab. V. 2, 4) con el objetivo propagandístico de demostrar la existencia de vínculos ancestrales de consanguinidad (syngeneia), entre Atenas y aquellas regiones del mundo griego y no griego en las que vivieron los pelasgos. Así pues, la atribución de un origen pelasgo a los etruscos quizás tuvo la ventaja de presentarlos como un pueblo cercano al pueblo griego ya que ambos compartían el mismo sustrato étnico y un contexto geográfico común en un pasado muy remoto.

Por lo tanto, el origen común pelasgo transmitido por Helánico de Lesbos proporcionaría una imagen más «positiva» de los etruscos y, en consecuencia, sería utilizado como el argumento mítico-histórico para poder justificar, apoyar y reforzar ante el mundo griego las relaciones comerciales y políticas activas y constantes entre Atenas y Etruria desde la segunda mitad del siglo VI a. C.

No obstante, resulta imprescindible especificar que dicha imagen «positiva» era aplicada en gran medida a los tirrenos «adriáticos» quienes estaban completamente desvinculados de la actividad pirática, considerada por los griegos como un fenómeno degenerativo del poder naval etrusco que caracterizaba a los tirrenos del área campano-lacial, enemigos de la Hélade occidental, como a los tirrenos “orientales” que aparecen en las aguas del Mar Egeo como raptores del dios Dioniso. De hecho, en base a las referencias expuestas por Dioniso de Halicarnaso (I. 18), los tirrenos de Spina son presentados como fieles devotos de las divinidades griegas, tal y como sugieren la consulta del oráculo de Dodona que les ordena dirigirse a Italia (que entonces se llamaba Saturnia) y la ofrenda de la décima parte de las ganancias derivadas de sus actividades comerciales marítimas en su thēsaurós situado en el santuario de Delfos (D. H. I. 18, 4-5).

3.2. ORIGEN LIDIO

Aproximadamente en los mismos años en los que Helánico difundía la tradición pelasga, Heródoto (484-425 a. C.) recogía el relato sobre la fundación del pueblo etrusco por obra del lidio Tirreno que emprende una empresa colonial que llegaría a Italia hacia comienzos del siglo XII a. C. (I. 94). Este fue el más difundido en la Antigüedad grecorromana.

En aquella época, en Meonia (nombre con el que anteriormente se conocía Lidia), una grave y larguísima carestía de alimentos que duró unos 18 años obligó al rey Atys a dividir la población en dos partes mediante sorteo y a enviar a una mitad fuera del país en busca de nuevas tierras que colonizar. Atys permaneció al mando de la parte de la población que se quedó en Lidia y designó como líder de la empresa colonial a su hijo Tirreno. Los meonios/lidios se dirigieron primero a Esmirna, donde construyeron la flota y embarcaron todos los bienes transportables, y luego, bajo la guía de Tirreno, cruzaron el Mediterráneo hasta llegar al territorio de los umbros, es decir, al valle del Po, donde se establecieron y cambiaron su nombre a “tirrenos” derivado de su líder u oikistés mítico (Fig. 2).

Figura 2. Diáspora de los tirrenos «lidios» de Lidia a Spina. Elaboración propia del autor.
Figura 2. Diáspora de los tirrenos «lidios» de Lidia a Spina. Elaboración propia del autor.

Es posible que las noticias atribuidas a los lidios llegaran hasta Heródoto a través de intermediarios griegos bien informados. No obstante, la atribución de la noticia sobre la empresa colonial de Tirreno a una tradición local lidia, ya fue puesta en duda en la Antigüedad. Dioniso de Halicarnaso (I. 28, 2) nos informa que Janto de Lidia (el mayor experto de la historia de su tierra según el historiador griego) en su monografía Lydiakà, compuesta en los mismos años que las Historias de Heródoto, no hace mención ni del epónimo Tirreno, ni de una colonización de los Meonios/Lidios en Italia, ni de un parentesco entre los tirrenos occidentales y los Lidios. De esta forma, el silencio de Janto sobre los tirrenos suscita serias dudas sobre el supuesto origen lidio recogido por Heródoto.

Más bien parece probable que la narración de la empresa colonial de Tirreno fuese un relato elaborado en ambientes griegos en base a los habituales esquemas narrativos sobre el fenómeno de la colonización griega, y que el origen lidio se basase en las afinidades culturales entre etruscos y lidios, percibidas por los griegos que vivían en Occidente pero que eran procedentes de Asia Menor.

Los lidios eran considerados bárbaros, aunque se creía que en un pasado remoto habían sido gobernados por una estirpe descendiente de Heracles. Heródoto (I. 94. 1-2) habla de la alteridad lidia respecto al mundo griego, pero al mismo tiempo resalta la semejanza entre las costumbres de los griegos y las de los lidios, y la atribución a estos últimos de avances culturales muy importantes como la acuñación de las primeras monedas, la adopción del comercio minorista y la invención de juegos como los dados, los astrágalos y la pelota, ocurrida justamente durante la hambruna que provocó la expedición colonial hacia Occidente. Se trata, por tanto, de un pueblo caracterizado por un elevado grado de civilización y un alto nivel de riqueza y poder, cuyo apogeo se alcanzó en la época del reino de Creso.

No obstante, en el imaginario colectivo griego, los lidios también se caracterizaron por la tryphé, es decir, un modo de vida basado en la molicie y el lujo desmedido, que en la óptica moralista de la historiografía griega de corte aristocrático se entendía como un fenómeno degenerativo del poder y la riqueza. De hecho, el estereotipo de la tryphé lidia se asoció a la imagen del bárbaro oriental, despótico y arrogante, difundida tras las guerras greco-persas, sobre todo a partir de la fama que recibió la figura del rey Creso, símbolo de la hybris castigada por los dioses.

Como los lidios, los etruscos alcanzaron un alto grado de civilización, poder y riqueza, concretamente, durante los siglos VI y V a. C. Aun así, según la historiografía moralista griega, su pueblo también estuvo corrompido por la práctica común de la tryphé, que sería principal motivo de su decadencia (Arist. Pol. 12869b; Posidonio, FGrHist 87 F119; Str. V. 1, 10; V. 4, 2; D. S. V. 40, 4; Timae, FGrHist 566 F50; Ath. Hist. XII, 519d). Quizás, en algunos ambientes griegos del sur de Italia, concretamente en aquellos de descendencia microasiática, percibieran estas similitudes culturales entre ambos pueblos y elaborasen una identificación étnica de los tirrenos con los lidios. Como consecuencia, la tesis del origen lidio permitió categorizar al pueblo etrusco como un pueblo de origen oriental y bárbaro que tenía que ser derrotado y eliminado para poder permitir la libertad griega en el Mar Tirreno, un espacio económico donde los griegos ya habían mostrado gran interés económico y comercial durante mucho tiempo, en particular los siracusanos.

De hecho, es posible que hacia finales del siglo V a. C. y principios del siglo IV a. C. el entorno político de Dioniso I de Siracusa (431-367 a. C.) realizase por varios motivos una reelaboración de la tradición lidia de Heródoto, situando la llegada de los tirrenos “lidios” directamente a la zona tirrénica, en las playas de Cerveteri, una ciudad etrusca de origen pelasgo llamada Agylla por los griegos.

Esta nueva versión del relato lidio, por un lado, permitía justificar un antagonismo que se remontaba (al menos) desde la victoria naval obtenida por Hierón I de Siracusa contra los tirrenos en Cumas en el 474 a. C. De la misma manera que los atenienses y espartanos acababan de defender la libertad griega al derrotar a los persas (480 a. C.), el tirano se presentó como defensor de la libertad helénica ante unos etruscos “lidios” que ocupaban ciudades pelásgicas y, por lo tanto, prehelénicas; que controlaban el Mar Tirreno, y que amenazaban el mundo griego con el pesado yugo de la esclavitud.

Asimismo, por otro lado, la nueva versión permitía justificar el expansionismo siracusano por parte de Dioniso I, cuyo objetivo fue frenar la piratería tirrénica y, quizás, también vengar la etrusquización de Agylla, cuyo santuario empórico, Pyrgi y su territorio fueron saqueados y devastados hacia el 384/3 a. C.

Los dos pasajes de Helánico y de Heródoto no presentan ningún elemento en común y se centran en acontecimientos y personajes vinculados a dos realidades geográficas distintas (Tesalia en el primero y Lidia en el segundo). Algunas fuentes más tardías, como en un fragmento de Antíclides de Atenas (Strab. V. 2, 4) y en la Vida de Rómulo (2) de Plutarco, las dos tradiciones se entrelazan entre sí, y parecen orientadas a superar la divergencia existente entre la tesis del origen lidio y la del origen pelasgo. Por ejemplo, Anticlides de Atenas (Strab. V. 2, 4) (principios del siglo III a. C.) asegura que los pelasgos, después de colonizar Lemnos e Imbros, dos islas del Mar Egeo, se unieron a la expedición de Tirreno hacia la Península Itálica, y Plutarco afirma que los tirrenos habían llegado a Lidia desde Tesalia y a Italia desde Lidia.

4. LA TESIS DE LA AUTOCTONÍA ETRUSCA

Finalmente, Dioniso de Halicarnaso (60-7 a. C.) (historiador griego que vivió en la Roma de Augusto), invalida las versiones anteriores que aún circulaban en su época (de hecho, la tesis lidia seguía siendo la predominante) mediante un razonamiento analítico que fundamenta sobre la base de los siguientes argumentos de tipo lingüístico, cultural y antropológico (I. 27-30).

En primer lugar, la lengua etrusca no guarda ningún parecido con la lengua pelasga o lidia (I. 29, 2-4; I. 30, 2). En segundo lugar, la religión y las costumbres de los etruscos no se asemejaban con la religión y las costumbres de los lidios o pelasgos (I. 30, 1). En tercer lugar, los etruscos se llamaban a sí mismos Rasenna con su propia lengua y no con los nombres étnicos (tirsenos/tirrenos o etruscos/tusci) empleados por griegos y romanos para referirse a ellos (I. 30, 3). Y, finalmente, la ausencia del origen lidio en la obra de Janto de Lidia, quien hubiera recogido dicha tradición si hubiera sido cierta (I. 28, 2).

Por todo ello, propone un origen autóctono del pueblo etrusco (I. 26, 2; I. 29-30), es decir, indígena y local, y niega de forma categórica la posibilidad de una descendencia del linaje helénico de los pelasgos quienes fueron sustituidos por los etruscos de forma progresiva en los territorios y ciudades (Agylla, Pisa, Saturnia y Alsio) que estos habían dominado en otro tiempo (I. 20, 5-11). Aun así, antes de la llegada de los tirrenos, los pelasgos se habían unido con los aborígenes (considerados por los historiadores romanos más sabios y eruditos como un pueblo procedente de Arcadia que habría migrado unas generaciones antes de la Guerra de Troya) (I. 10-16) dando origen a la tribu latina (derivada a su vez de la unión entre aborígenes y troyanos) (D. H. I. 45), que fundó la ciudad de Roma.

Por lo tanto, la principal motivación ideológica de Dioniso para sostener con firmeza la autoctonía de los etruscos fue demostrar y defender los orígenes griegos muy remotos de Roma, la cual, por lo tanto, debía ser considerada una polis Hellenìs (ciudad griega) (I. 89, 1), y no una polis Tyrrhenìs (ciudad etrusca) (I. 29, 1-2).

5. CONCLUSIONES

Las versiones ofrecidas por la historiografía griega sobre el origen étnico de los etruscos (origen pelasgo en Helánico, origen lidio en Heródoto y origen autóctono en Dioniso de Halicarnaso) deben considerase como construcciones culturales e ideológicas elaboradas en ambientes helénicos, aunque no se puede excluir la posibilidad que contengan algún dato tomado de la tradición etrusca, la cual quizás consideró a los etruscos como un pueblo autóctono.

De hecho, el comentador antiguo más importante de La Eneida, Servio (ad Aen., X. 184), añade una frase muy interesante en la que afirma que Pyrgi Veteres fue la metrópolis de los etruscos, indicando, por lo tanto, la existencia de una ciudad madre y el punto de origen de un pueblo entero. Por lo contrario, según Tácito (Ann. 4. 55, 3), el origen lidio fue adoptado por los propios etruscos puesto que, durante el reinado de Tiberio, la asamblea (concilium) del pueblo etrusco emitió un decreto en el que afirmaba su parentesco con el pueblo de Sardis de Lidia.

Sea como fuere, la multiplicidad de versiones griegas sobre los orígenes de los etruscos demuestra cómo la identidad étnica es un constructo dinámico y moldeable sujeto a la mirada de diferentes observadores en una misma realidad étnica.

De esta manera, los antiguos griegos pudieron variar sus opiniones según los momentos históricos y las perspectivas desde las cuales se observaba la realidad etrusca. Mientras la tesis de la autoctonía manifestaba el abismo étnico entre griegos y etruscos, la versión del origen pelasgo y del origen lidio conectaban las raíces más alejadas del pueblo etrusco con una realidad geográfica, étnica y cultural más cercana al mundo helénico.

Desde esta tesis «migracionista», considerar a los etruscos como pelasgos significaba anteponerlos al propio origen de los griegos, mientras que considerarlos lidios implicaba remontarse hasta su mítico epónimo Lido, hermano menor de Tirreno, quien también era considerado, según otras versiones, hijo o nieto de Heracles. Así pues, aunque los etruscos no fueron nunca asimilados a los griegos, ambas creencias parecen haber sido elaboradas para crear una imagen «positiva» y «más cercana» de los etruscos ante la mirada griega.

RECURSOS

Rasna. Una serie etrusca. Episodio 9. “Il mito dei Pelasgi e le origini di Spina e degli Etruschi” (Museo Nazionale Etrusco di Villa Giulia).

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