LOS EMPERADORES Y LOS JUEGOS

Amparo Mateo Donet (Universidad de Valencia)

Amparo Mateo Donet es Licenciada en Historia y Doctora en Historia Antigua por la Universidad de Valencia. Sus líneas de investigación se han centrado en temas de historia del cristianismo primitivo y su relación con el Imperio romano. Actualmente es Profesora Contratada Doctora en el Departamento de Prehistoria, Arqueología e Historia Antigua de la Universidad de Valencia. Resultado de sus investigaciones y de las estancias pre- y postdoctorales realizadas en la Universidad de Oxford y en Roma (Institutum Patristicum Augustinianum) son algunas publicaciones en revistas indexadas y las siguientes monografías: La ejecución de los mártires cristianos en el Imperio romano (Murcia, 2016); Cristianos en la antigua Roma (Roma, 2018); y Gladiadores, una breve introducción (Madrid, 2021).

RESUMEN

Los espectáculos gladiatorios y otros desarrollados en el contexto del anfiteatro hicieron las delicias de los ciudadanos romanos. Entre ellos, los emperadores no supusieron una excepción. Destinaron grandes cantidades de recursos para proporcionar los mejores juegos que pudieran disfrutar ellos mismos y sus súbditos, llegando a generar auténticas excentricidades en su desarrollo.

PALABRAS CLAVE

Anfiteatro, gladiadores, Imperio romano, juegos, naumaquias.

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Los gladiadores han despertado siempre una gran fascinación, no sólo en la actualidad –como podemos ver en la literatura, el cine e incluso los eventos de recreación histórica de la que son protagonistas-, sino también en la antigüedad. Eran un pilar fundamental de la cultura del entretenimiento en el Imperio romano, levantaban pasiones entre los niños que admiraban sus actuaciones, las damas que soñaban con poder conocerlos o incluso tener un affaire con ellos y entre los ciudadanos que se transformaban en fanáticos seguidores, apostaban cantidades importantes de dinero por sus favoritos y algunos hasta llegaban a plantearse un cambio de vida y pasar a formar parte de ese grupo de luchadores. Y es que la procedencia era muy variada, algunos, que ya eran esclavos, pasaban a esta vida por la venta de su propietario al lanista a cambio de una suma de dinero que constituía su precio. Otros se veían obligados por la ley, ya que determinados crímenes eran castigados con una pena que consistía en dedicarse durante un tiempo a la lucha en el anfiteatro, recibiendo adiestramiento en una de las casernas de gladiadores, lo que en ocasiones equivalía a la pena de muerte porque no todo el mundo tenía la destreza ni la capacidad física para ser combatiente. Pero otros, en cambio, se alistaban voluntariamente, bien porque era el único modo que les quedaba de ganarse la vida o bien porque les atraía la atmósfera de peligro, aventura y fama que rodeaba a los luchadores. Los mismos emperadores, salvo excepciones, sentían un gran apego hacia estos profesionales y su desempeño, llegando al punto de poseer sus propias escuelas de gladiatura y pretender batirse en duelo con ellos como uno más. Cómodo fue, sin duda, uno de los más entusiastas, bajando a la arena en numerosísimas ocasiones para combatir. Eso sí, siempre tomando medidas de precaución que garantizaran la victoria del emperador y no la del oponente e ideando todo tipo de innovaciones para hacer todavía más atractivo el espectáculo.

El anfiteatro fue el lugar en el que fue posible dar rienda suelta a todas las excentricidades y caprichos de los poderosos. Empezando por la propia decoración de elementos del recinto, como el toldo que cubría toda la zona de las gradas en los días más calurosos. Normalmente era de lino, pero César ya fue pionero en introducir novedades haciendo que se cambiara el tejido por una seda fuerte de gran valor. La idea gustó y fue retomada por diferentes gobernantes, entre ellos, Nerón. Mandó confeccionar un toldo de color azul oscuro para que simulara el cielo de noche y que contuviera unos bordados en hilo de oro con el dibujo de las constelaciones estelares y su retrato caracterizado como el dios Apolo sobre su carro como imagen central. La nocturnidad o su emulación era un elemento importante, como vemos en el hecho de que Domiciano prefiriera celebrar los combates de noche para que el choque de las espadas resultara más espectuacular. En la parte opuesta del anfiteatro, la arena, también se produjeron ciertos cambios como cuando Calígula y nuevamente Nerón ordenaban esparcir bermellón y malaquita para que reflejara tonos rojos y verdes en el desarrollo del entretenimiento. Y no sólo se atendía a la ornamentación visual, también a la olfativa, pues los surtidores que formaban parte de la estructura para contener agua fresca que aliviara el calor en los días de temperaturas elevadas eran en ocasiones rellenados con perfumes –generalmente azafrán o esencia de rosa- que, a su vez, contrarrestaban el mal olor desprendido por la sangre y los cuerpos de los caídos.

Ahora bien, nada convencía más a los espectadores que volverse a casa con algún regalo y es que podía darse la situación de que el organizador contemplara el reparto de comestibles o cualquier otro tipo de bienes entre los asistentes. Suetonio cuenta que Calígula fue uno de los que más se prodigó en este sentido: «un millar de aves de todas las especies cada día, comestibles diversos, bonos de trigo, ropas, oro, plata, piedras preciosas, perlas, cuadros, cédulas canjeables por esclavos, por bestias de carga e incluso fieras domesticadas y, en fin, hasta por navíos, bloques de pisos y tierras» (Suetonio, Calígula 11, 2, trad. R. M. Agudo, Gredos, Madrid, 1992).

Pero si en algo podían lucirse los patrocinadores era en la base del espectáculo, los combatientes, tanto en la variedad como en la cantidad. Domiciano obligó a combatir en determinadas situaciones a personas concretas, como mujeres de alta clase social o incluso senadores. Dejando de lado el estatus personal, a Nerón se atribuye la celebración de unos juegos en Pozzuoli en honor del rey de Armenia, Tirídates, donde tomaron parte únicamente númidas (hombres y mujeres) de piel oscura. Finalmente, Domiciano también gustó de combinar diferentes posibilidades entre personas enanas, personas enanas y mujeres y hasta personas con pigmeos. No deja de provocarnos sorpresa toda esta inventiva que, a los ojos de los ciudadanos antiguos, constituía todo un deleite.

Decíamos que también se podía hallar la magnificencia en el número de combatientes y es que, a pesar de que a lo largo de la historia se promulgaron diferentes leyes limitando las cifras y prohibiendo el exceso, se organizaron juegos de lo más concurridos. Se sabe que Trajano llegó a celebrar unos que duraron nada menos que ciento veinte días y participaron 10.000 gladiadores junto a 11.000 animales. Y no fue la única vez que hizo algo semejante, lo que demuestra no sólo el claro interés propagandístico de su política, sino también su predilección por este tipo de entretenimientos. Aunque si había un espectáculo que brillaba por su despliegue y magnificencia, éste era la recreación de batallas históricas de la manera más realista que podamos imaginar. Se tomaba un enfrentamiento de la historia del Imperio contra otra potencia y se representaba en el anfiteatro empleando a los gladiadores profesionales para ejercer como soldados de la milicia y a condenados a muerte para el papel del ejército vencido. No hay que decir que estos últimos morían de verdad en la actuación, de ahí el realismo del evento que no escandalizaba a los asistentes porque no se hacía otra cosa que cumplir la ley. Además, no se daba cabida a otra posibilidad puesto que siempre se escogían batallas en las que Roma había resultado vencedora. Eran centenares de combatientes los que se enfrentaban a muerte en estas evocaciones de las Guerras Púnicas, la conquista de Britania, las campañas en la Galia y un largo etcétera, haciendo vibrar a los espectadores más exigentes. Y no podemos olvidar que, junto a esas batallas campales, Roma libró otras tantas en el mar, pues éstas también tuvieron su lugar en los espectáculos del anfiteatro. Las denominadas naumaquias trataban de recrear combates navales entre dos flotas, pudiendo ser una de ellas romana o no. Para ello se precisaba en primer lugar, llenar de agua la localización y después introducir los barcos por lo que el requerimiento de recursos era descomunal. Por este motivo solamente los emperadores pudieron costear espectáculos de esta índole y en reducidas ocasiones que quedaron bien señaladas y registradas en las fuentes, como cuando en el 57 d.C. se representó un enfrentamiento entre persas y atenienses en conmemoración de las Guerras Médicas. En el famoso Coliseo tuvo lugar una en el año 80 precisamente para celebrar la inauguración del recinto, pero otra posibilidad era desarrollar la naumaquia en un lugar natural, generalmente un lago, para no tener que organizar el traslado de agua hasta el anfiteatro en cuestión y después el desagüe de la misma, que podía requerir incluso la construcción de acueductos y canalizaciones por toda la ciudad. Nuevamente consistía en un espectáculo multitudinario, puesto que se “alistaba” a un número de combatientes similar al de las batallas campales y el bando perdedor obtenía como final la muerte.

Finalmente, otro punto en el que satisfacer las excentricidades de los emperadores venía asociado a un componente diferente de los espectáculos, los animales. Era una práctica muy frecuente introducir fieras de todo tipo en los juegos, sobre todo porque a los romanos les encantaba descubrir especies desconocidas y verlas desenvolverse en una situación así. En algunas ocasiones simplemente se exhibían, pero en otras eran la presa de una cacería bien reglamentada en la que participaban unos gladiadores especializados, llamados venatores (de venatio, nombre con el que es conocido este tipo de entretenimiento). El público quedaba maravillado al contemplar osos, bisontes, leopardos, avestruces, focas, leones, jirafas, hipopótamos, elefantes, cocodrilos, monos… en definitiva, animales que procedían desde cualquier parte del mundo conocido, sobre todo porque ni siquiera habían imaginado que pudieran existir animales como ellos, incluso una vez se mostró el esqueleto de un dragón, pero esto tiene una explicación que no desvelaremos aquí para no hacer spoiler. Una de las venationes más espectaculares que se recuerdan en los textos clásicos fue la que sufragó el emperador Probo para festejar sus victorias en Germania. Podemos leer una de las noticias en la Historia Augusta:

«se presentó de esta forma: los soldados arrancaron a cuajo robustos árboles y los clavaron a bigas entrecruzadas a lo largo y a lo ancho y después cubrieron este entramado con tierra, de tal forma que todo el circo, plantado como un bosque, se cubrió de follaje adquiriendo un extraño verdor. Después, se soltaron por todos los accesos mil avestruces, mil ciervos y mil jabalíes; a continuación, gamos, cabras montesas, ovejas salvajes y otros animales herbívoros, cuantos pudieron ser cazados o alimentados. Y, a renglón seguido, se dejó entrar a la gente del pueblo y cada cual cogió lo que quiso. Otro día hizo salir en una sola carrera en el anfiteatro a cien leones de largas crines, los cuales parecían emitir grandes truenos con sus rugidos. Fueron todos ellos abatidos por la espada […]; un buen número de ellos que no querían seguir la dirección pretendida fueron matados a flechazos. Después, se representaron al público cien leopardos de Libia y, a continuación, cien de Siria, cien leones y trescientos osos a la vez. Ahora bien, se sabe que el espectáculo que proporcionaron todas estas fieras no resultó agradable, aunque sí grandioso. Ofreció además un combate de trescientas parejas de gladiadores, en el que lucharon la mayor parte de blemios que fueron exhibidos en su entrada triunfal, un gran número de germanos y sármatas y también algunos ladrones isaurios» (Historia Augusta, Probo 19, trad. V. Picón – A. Cascón, Akal, Madrid,1989).

Lógicamente las posibilidades de celebrar un evento como el descrito dependerían totalmente de la disponibilidad de las fieras. Por eso se organizaban cacerías por todo el territorio del Imperio para capturar animales y después trasladarlos hasta la capital. Era un negocio que movía unas cantidades enormes de dinero y empleaba a un número considerable de personas. Posteriormente, algunos emperadores preferían no acabar con la vida de estos ejemplares y optaban por mantenerlos como mascotas en sus jardines o recintos palaciales, a modo de zoológico, como muestra de su estatus y su poder.

Todas estas curiosidades y otras más se cuentan en el libro Gladiadores: una breve introducción, de Amparo Mateo, publicado en la editorial Alianza en 2021. En él se hace un recorrido por la historia de este mundo de entretenimientos, mostrando los diferentes aspectos que forman parte de él, desde las condiciones en las que vivían estas personas hasta la relación con la sociedad romana a través de múltiples puntos, sin olvidar las clásicas tipologías de luchadores y las reglas que seguía el juego, que se comprenden perfectamente gracias a las ilustraciones de Leire Blasco que acompañan a las explicaciones. Una buena opción para iniciarnos en este mundo tan fascinante.

Entalle con representación de un gladiador contra un león.
The Metropolitan Museum of Art, Nueva York.