Lillo Redonet, F. (2023). Ecología en la Antigua Roma. Rhemata Antigüedad. Editorial Rhemata. 108 pp. ISBN 978-84-125078-4-3.
Recensión de Enrique Paredes Martín (Universidad Complutense de Madrid)
Antropización, sostenibilidad, gestión de recursos, contaminación, conciencia animalista… son todos conceptos con los que solemos estar familiarizados en nuestros días. Pero, de la mano de F. Lillo Redonet, nos transportan a Roma y nos sirven de guía a lo largo de este libro para entender cómo se relacionaban los antiguos romanos con el mundo natural que les rodeaba.
No obstante, tal y como el autor advierte ya al comienzo mismo de la obra (p. 5), el libro parte de una premisa clara: en el mundo romano no existía la ecología tal como la entendemos en nuestro mundo contemporáneo (de hecho, el propio término se trata de un neologismo del siglo XIX). Y, de la misma forma, tampoco podemos hablar para la antigua Roma ni de una conciencia ecológica comparable a la de las sociedades contemporáneas, ni mucho menos algo que podamos definir como legislación medioambiental. Sin embargo, y en tanto que sociedad preindustrial, los romanos tuvieron con la naturaleza y con su medio ambiente una relación más estrecha de la que, por ejemplo, puede tener la vida urbanita moderna. Y esta relación entre los romanos y la naturaleza que les rodeaba, una relación compleja y diversa, fue articulada en torno a tres principios básicos: el conocimiento de su medio natural, el aprovechamiento/dominio de dicho medio, así como su simple disfrute estético u ocioso.
Tras este apartado introductorio, el libro prosigue con la idealización de la naturaleza por parte de los romanos, especialmente visible en el mito de la aurea aetas, cuando el ser humano vivía de los frutos espontáneos de la tierra sin necesidad de trabajarla. Esta visión se proyectaría especialmente sobre el territorio itálico: su óptimo clima, la fertilidad de sus tierras o la abundancia de aguas lo situaban en el centro de la concepción romana de la ecúmene. De este modo, Italia, favorecida directamente por los dioses, aparecerá como la heredera directa de aquella aurea aetas perdida. Pero, paradójicamente, para recrear esa naturaleza ideal ahora sería necesario dominarla, lo cual pasaba por su explotación, por su domesticación y, en suma, por su antropización.
Una contradicción similar se aprecia, ya en el siguiente capítulo de la obra (El campo ideal y el campo dominado), en la oposición entre el ideal de vida rural y la realidad del éxodo hacia las ciudades. El campo era presentado como un espacio de paz y armonía, alejado de los sobresaltos del bullicio urbano. Sin embargo, para poder disfrutar de él era necesario transformarlo, despojándolo así de su encanto bucólico e idílico que la literatura exaltaba.
El mundo forestal, al que se dedica el siguiente capítulo (El bosque: temor, respeto y deforestación) constituye otro ejemplo revelador de esta relación ambigua. Por su carácter sagrado en tanto que hogar de todo tipo de divinidades, los romanos contemplaban a los bosques con una mezcla de respeto (cuando no directamente de temor reverencial), pero también como lugar para el ocio o el disfrute visual. No obstante, estos mismos bosques también fueron espacios explotados intensamente: comarcas enteras serán deforestadas para obtener madera, materia prima fundamental para la construcción de edificios, embarcaciones y objetos de todo tipo. El capítulo finaliza con unos breves apuntes legislativos sobre algunas normativas que protegían ciertos bosques, aunque más por su carácter sagrado que por una verdadera conciencia social de protección del medio ambiente.
Una idea semejante se observa en la relación con las aguas, a las que se dedica el siguiente capítulo titulado Las aguas divinas y humanas. La sacralización de ríos, fuentes y manantiales luchó durante siglos con la ilusión de los romanos por controlar las aguas. Y, aunque nadie duda de la extraordinaria capacidad técnica que desplegaron los romanos para su control (así lo evidencia, por ejemplo, la construcción de imponentes acueductos y amplias cloacas o la desecación de marismas y zonas pantanosas), lo cierto es que el mar y sus costas se mantuvieron siempre como un ámbito de aguas indómitas, acerca de lo cual el libro recoge algunos ejemplos de lo que podemos considerar como una protolegislación urbanística de costas.
El siguiente capítulo, titulado Profanando las entrañas de la tierra, se centra en las actividades mineras. Desde grandes canteras a cielo abierto a profundas minas subterráneas, estas actividades constituyeron probablemente las intervenciones realizadas por los romanos que tuvieron un mayor impacto ambiental o huella ecológica (por volver a usar aquí terminología de nuestros días) sobre su entorno natural: el bien conocido caso de Las Médulas, en Hispania, se ofrece en este sentido como el paradigma de este impacto. Pero, en todo caso, esta profanación de las riquezas mineras nunca pareció ser criticada por sus implicaciones estrictamente medioambientales, sino más bien por desatar no solo la ofensa de la Madre Tierra, sino también la avaricia humana a través de metales y piedras preciosas, o la guerra misma a partir del hierro como material elemental para la elaboración de las armas.
La relación entre seres humanos y animales centra el capítulo siguiente, quizá el apartado en que más y mayores diferencias se constatan entre el mundo romano y lo que en nuestros tiempos entendemos por conciencia animalista. Desde que distintas corrientes filosóficas aseverasen la superioridad absoluta del hombre frente al resto de especies animales (pese a ciertos debates acerca de la posibilidad de que algunos animales contaran con ciertas capacidades racionales, aunque nunca comparables a las humanas), la relación de los romanos con el mundo animal se basó, ante todo, en el dominio y el uso. Las famosas venationes (de las cuales se ofrecen vívidos ejemplos en estas páginas) o las ceremonias sacrificiales (a veces realmente multitudinarias), dan buena prueba de ello. Sin embargo, también se analizan otros curiosísimos episodios de vínculos afectivos entre humanos y animales que, quizá por ser menos conocidos, puedan resultar más sorprendentes al lector.
El capítulo final se centra en el caso concreto de la Urbs: Roma, ¿ciudad sostenible? A partir de los principios vitrubianos sobre la fundación de una ciudad (elección del solar, planificación urbana…), se analiza la particular situación de la capital imperial, marcada por su situación geográfica, su topografía o su concepción urbana. Superpoblación, tráfico, contaminación acústica, especulación urbanística o suciedad en las calles son algunos de los conceptos que articulan este capítulo final, aunque en él también se destacan importantes aspectos positivos como el abastecimiento de agua corriente, el reciclaje de materiales constructivos, la gestión de residuos o la progresiva ampliación de áreas verdes y jardines públicos.
En suma, estamos ante una obra escrita con un estilo claro y divulgativo, pero no por ello carente de profundidad analítica, continuamente salpicada de numerosos casos ejemplificadores y de curiosas anécdotas. El autor sustenta su análisis en una selección de cerca de 70 textos de autores clásicos, con la Naturalis Historia de Plinio el Viejo como gran hilo conductor en la mayoría de capítulos de la obra, pero también de poetas (Ovidio, Horacio o Virgilio), filósofos (Séneca), geógrafos (Estrabón), así como varios testimonios epigráficos. En definitiva, una lectura recomendable para todos aquellos interesados en la historia de Roma, que aborda además una temática de enorme actualidad desde una original mirada histórica. Y es que, tal y como se afirma en la introducción (p. 9): “todavía somos muy romanos en nuestra relación con el medio natural, tanto en lo positivo como en lo negativo”.
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Ejemplo de citación: Paredes Martín, E. (2025). Lillo Redonet, F. (2023). Ecología en la Antigua Roma. Rhemata Antigüedad. Editorial Rhemata. 108 pp. ISBN 978-84-125078-4-3. Revista digital de los mundos antiguos (ReDMA), r250501. https://mundosantiguos.web.uah.es/revista/r250501