Alberto J. Quiroga Puertas (Universidad de Granada)
Alberto J. Quiroga Puertas es Profesor Titular en el Departamento de Filología Griega y Filología Eslava de la Universidad de Granada. Sus principales intereses de investigación se centran en la literatura del periodo imperial y tardo-antigua, en particular la retórica y el pensamiento contrafactual.
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Iria Pedreira Sanjurjo, nacida en Ordes (A Coruña) en 1991, es filóloga, traductora y escritora. En 2019 se doctoró en Textos de la Antigüedad Clásica y su Pervivencia por las universidades de Santiago de Compostela, Salamanca y Valladolid con la tesis Recepción, interpretación e adaptación dos clásicos grecolatinos na literatura dramática galega (sobresaliente cum laude). Es la autora de la primera traducción al gallego de Caracteres de Teofrasto (2017, Rinoceronte Editora), así como de dos obras de Eurípides: Ión y Ciclope (2021, Rinoceronte Editora). Ha publicado, junto a la ilustradora y música Laura Romero de Ferreñas e Rock and Roll (2019, Baía Edicións), una crónica ilustrada de la historia en femenino de la música gallega. Colabora en las secciones literarias de revistas digitales como Balea, A que cheira papá? o en publicaciones periódicas como Luzes o Grial.
¿De quién partió la iniciativa de traducir a Teofrasto al gallego? No es uno de los autores más conocidos de la literatura griega, a pesar de que su influencia en el pensamiento occidental es innegable.
En realidad, Caracteres fue un texto que interesó desde el principio a la editorial Rinoceronte dada su condición de obra poco conocida. Por lo general, en la Colección Vétera de Rinoceronte, se da prioridad a la publicación de obras anteriores al siglo XIX que posean un extra de curiosidad. Dicho de otra manera, los textos que se incorporan a la colección no tienen que ser necesariamente clásicos indiscutibles y archiconocidos de la literatura universal, de hecho, mejor que sean rarezas, y la colección está pensada precisamente para esto, para que los textos más desconocidos (que, por otro lado, suelen ser los más sorprendentes) hallen su lugar y tengan la posibilidad de ser redescubiertos en su traducción al gallego. Así que, cuando surgió la oportunidad de trabajar como traductora para esta editorial, Caracteres vino de la mano con esta propuesta, pues tanto Moisés Barcia (editor) como Raúl Gómez Pato (director de la Colección Vétera) estaban muy interesados en que Teofrasto formase parte del catálogo de la colección por ser autor de una obra tan peculiar e interesante como Caracteres, que además ha aguantado muy bien el paso del tiempo. Y me lancé sin más, para ser sincera, sin tener ni idea de quién era Teofrasto ni de qué iba Caracteres. Debo reconocer que en cuatro años de carrera y uno de máster (en el momento en el que acepté el trabajo) jamás había oído hablar de este autor ni de su influencia en la literatura posterior, así que todo lo que aprendí sobre él lo hice de una forma totalmente autónoma y gracias al empeño de aquellos que habían preseleccionado este texto para revivirlo también en gallego.
«Caracteres» no es un texto precisamente fácil de abordar desde un punto de vista filológico. ¿Cuáles han sido las mayores dificultades que te has encontrado?
En su momento sentía que se solapaba todo. A mi falta absoluta de experiencia previa en el campo de la traducción literaria (que, evidentemente, nada tenía que ver con una traducción escolar en cuanto a exigencia y rigor) se añadían las dificultades intrínsecas del texto teofrasteo, de origen tan incierto y cuya supervivencia hasta nuestros días no halla todavía ahora una explicación convincente y determinante. Pese a todo, en el plano puramente lingüístico no me pareció ni me parece un texto excesivamente complejo, pues emplea una variedad dialectal suficientemente familiar para cualquier helenista, el ático, y las estructuras oracionales tienden a ser sencillas. Pero, por supuesto, encontré lagunas, pasajes de texto corrupto para los que había que tomar decisiones que no siempre eran fáciles (tanto si se hacían conjeturas como si no), y capítulos concretos especialmente arduos, como el decimosexto, que dedica a la superstición (que fue, sin lugar a dudas, el más difícil de traducir e interpretar).
¿Hay algún «carácter» de los descritos por Teofrasto por el que sientas predilección?
Los treinta caracteres que integran la obra de Teofrasto tienen algo curioso, ocurrente o incluso cómico, pero si tuviese que escoger uno, probablemente elegiría el décimo capítulo, sobre la mezquindad (de hecho, lo seleccioné para una lectura en redes sociales durante el confinamiento). Me parece un capítulo especialmente gracioso por cómo refleja una cuestión que culturalmente me es muy familiar, que es la crítica a la tacañería. Recuerdo también haber disfrutado mucho traduciéndolo por las múltiples posibilidades que me ofrecía la lengua meta para hacer de él un capítulo ameno y reconocible para el público gallego.
¿Qué piensas que puede aportar una obra de estas características a la sociedad actual?
Tiene mucho que aportar, sin duda. Como ya he anticipado en alguna respuesta anterior, Caracteres ha resistido de una forma sobresaliente el paso del tiempo y, a pesar de que su descripción de las conductas negativas seleccionadas se ciñe a un modelo muy específico, el varón libre de la Grecia de su tiempo nos sigue hablando y sigue hablando de nosotros con independencia del sexo, del lugar de procedencia o del tiempo en el que se insertan nuestras vivencias, entre otras circunstancias. Siempre que se plantea esta cuestión sobre la vigencia del texto de Teofrasto, me gusta recordar una anécdota: cuando acabé el borrador definitivo de la traducción, lo imprimí y se lo di a leer a mis padres, pensando que su mirada limpia y despojada de cualquier conocimiento previo sobre la lengua o la literatura griega me daría muchas pistas sobre la adecuación lingüística pero también, y sobre todo, sobre la futura recepción del texto. Y así fue, ambos se aproximaron a la obra con un inesperado placer y cada vez que concluían la lectura de un capítulo su reacción era un «tal cual» que constataba la plena vigencia de las reflexiones morales de Teofrasto. Seguimos siendo tan avariciosos, aduladores, groseros, descarados, impertinentes, vanidosos, arrogantes o torpes como este autor imaginó a sus coetáneos hace siglos. La condición humana sigue haciendo gala de una notabilísima impericia ética y por eso sigue siendo tan pertinente recuperar y revisar la obra de Teofrasto, una obra claramente atemporal y polivalente.
¿Tienes pensado seguir traduciendo algún otro autor de la escuela peripatética al gallego, o te inclinarías por otro autor?
Aunque he comenzado en el mundo de la traducción de la mano de Teofrasto, mi campo de estudio habitual (y mi pasión, por supuesto) es la tragedia griega y su pervivencia en la literatura dramática gallega. Por eso tenía muy claro que mi próxima aportación a la traducción de los clásicos al gallego tenía que ser una obra trágica y a poder ser del que es mi autor favorito de todos los tiempos, Eurípides, porque además las circunstancias así lo requerían: Eurípides es el autor trágico que más y mejor se ha conservado (dieciocho obras frente a las siete que podemos leer de Esquilo y Sófocles), es el único autor trágico del que se ha conservado un drama satírico íntegro y su influencia en la literatura posterior es incontestable. Y, con todo esto, nunca se había traducido al gallego ninguna de sus obras. De ahí mi empeño personal y mi obstinación en que Eurípides fuese el siguiente. De hecho, si todo va bien, en unos meses ya se habrá llenado otro hueco en el repertorio de literatura traducida en gallego y Eurípides por fin formará parte de este a través de la misma Colección Vétera de Rinoceronte Editora.
Tu tesis doctoral versa sobre estudios de recepción en la cultura y la lengua gallega. ¿Cuál es, en tu opinión, la figura del mundo antiguo que ha tenido una influencia más significativa en los últimos tiempos en la cultura gallega?
La respuesta a esta pregunta no es sencilla, porque supongo que no hay una única figura de la literatura griega que pueda erigirse en portadora de la mayor parte de este influjo en las letras gallegas. Mi estudio, en su capítulo principal, se centra en el teatro gallego contemporáneo desde la segunda mitad del siglo XX y en cómo este reinterpreta y reelabora los temas y motivos del drama antiguo (o incluso de otros géneros) para acometer una renovación estilística y argumental (hay que recordar que el cultivo de la literatura dramática en gallego es relativamente reciente y casi no puede hablarse de teatro gallego propiamente dicho hasta bien entrado el siglo XIX). Y son la tragedia y el mito los principales canales de conexión entre ambos sistemas teatrales y lo que hace que se cree una tendencia literaria estable en el drama gallego alrededor de los clásicos grecolatinos. En este contexto, se halla una influencia muy notable de las obras de Sófocles y Eurípides en las reescrituras y reelaboraciones míticas del teatro gallego desde los años 60, pero esta influencia está muy repartida, no se podría establecer una prevalencia de un autor sobre otro. Y hay una gran cantidad de Edipos, Antígonas, Medeas, Fedras o Hipólitos (todavía poco conocidos) en nuestro teatro que atestiguan este influjo.
Durante este periodo de pandemia se ha vuelto la mirada frecuentemente al mundo grecolatino para encontrar paralelos y soluciones a la situación actual. ¿Crees que la lectura de Teofrasto puede aportar algo, ya sea a nivel personal o a una escala superior?
Yo creo sinceramente que sí, que se pueden hallar muchas respuestas en su lectura, lo que entronca con lo que ya he avanzado anteriormente. Caracteres es una obra atemporal e incluso en una situación sobrevenida como la provocada por la emergencia sanitaria, Teofrasto da muchas claves para entender algunas de nuestras reacciones más abyectas al respecto y cuando nos habla, por ejemplo, de arrogantes, cobardes, oligarcas o simplemente malvados por vocación en los últimos capítulos del libro, nos topamos con muchas de las dudosas cualidades con las que alguna gente ha enfrentado esta situación, queriendo imponer criterios y opiniones totalmente irracionales sobre la evidencia científica y los esfuerzos honestos de quienes intentan día a día sacarnos de esta.
En una entrevista anterior con la filóloga Maite López Las Heras, le preguntaba sobre la paradoja que se está dando entre el reconocimiento literario a autoras como Mary Beard, Anne Carson o Irene Vallejo, y el descrédito y desatención a las Humanidades por parte de los gobiernos y de algunos sectores de la sociedad. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
Desde mi punto de vista, el recurso a lo clásico se ha reducido en los últimos tiempos a un ornamento, algo a lo que echar mano cuando queremos sentirnos intelectualmente superiores y que vacía de contenido el ingente caudal de la tradición clásica. De hecho, Teofrasto ya se anticipaba a esto en el capítulo de Caracteres dedicado a la oligarquía, cuando hace notar que el oligarca solo conoce un verso de la Ilíada de Homero, el cual recita siempre que tiene ocasión para legitimar sus ideas, pero sin profundizar mucho más. Y, al mismo tiempo que se cae en este tipo de petulancias y actuaciones de cara a la galería, se procede a un exterminio lento y controlado ya no solo de los saberes vinculados a las lenguas griega y latina y a sus tradiciones literarias y culturales, sino a todo tipo de conocimiento humanístico y considerado poco pragmático y/o inútil. Hay, como bien dices, una tensión creciente, pero a la vez un reconocimiento tácito (aunque espurio e hipócrita, a mi modo de ver) de que en la tradición clásica subsiste un poso de razón y verdad que se mantiene incólume para explicar el mundo en el que vivimos. Y, por otro lado, se habla mucho de competencias, aprendizaje a lo largo de la vida o educación para el desarrollo sostenible en el terreno didáctico y muy poco del valor intrínseco del conocimiento y de cómo muy especialmente las humanidades han interpretado y representado el mundo desde hace siglos, como si todo esto ya no tuviese sentido para enfrentar los retos del presente y del futuro. Y está de más decir que, para mí, esta perspectiva educativa es aberrantemente falaz, porque por supuesto que necesitamos contenido y conocimiento, no sólo habilidades, destrezas, actitudes o lo que quiera que contenga la definición de una competencia. Olvidar quiénes somos y lo que nos hace realmente humanos es triste y desesperanzador y, como puede verse, son muchas las variables a tener en cuenta a la hora de intentar argumentar el porqué del desprestigio paulatino de los clásicos en nuestro tiempo, que no es sino otra consecuencia de la deriva materialista y frívola de nuestra sociedad (que todo lo supedita a una lógica de mercado). Y pese a todo, sí, muchas personas se han interesado por la obra de autoras como las que citas, aunque este interés haya nacido frecuentemente de la mayor difusión que otorga un determinado reconocimiento institucional. Con todo, siempre es positivo que existan y tengan calado todas estas contribuciones a la divulgación de los clásicos (que, además, en estos casos concretos, aportan una mirada distinta a la predominantemente androcéntrica). El esfuerzo divulgativo, en mi opinión, es fundamental y debemos esforzarnos todavía más en salir del «gueto», de la queja persistente y de los contraargumentos defensivos para responder en positivo y hacer que los avances en nuestra disciplina generen un impacto real en la sociedad, llevándolos a todo tipo de ámbitos, no solo el escolar. No es fácil, evidentemente, pero creo sinceramente que hemos de centrar nuestros intentos en esta dirección.