LA BICHA DE BALAZOTE Y EL MÁS ALLÁ DE LOS IBEROS. ENTREVISTA A JESÚS MANUEL DE LA CRUZ MARTÍN

Elena Duce Pastor (Universidad Autónoma de Madrid)

Elena Duce Pastor nació en Madrid (1989). Es Licenciada en Historia (2011) y Graduada en Ciencias de la Antigüedad (2017) por la Universidad Autónoma de Madrid. Se dedica principalmente al mundo griego antiguo desde una perspectiva de género. Su tesis, defendida en 2019 en la misma universidad, versaba sobre los matrimonios en la Grecia Antigua. Ha realizado estancias postdoctorales en la Fundación Hardt (2021), en Ohio State University (2022) y en la Universidad de la Sapienza en Roma (2022). Ha disfrutado de contratos postdoctorales en el Instituto Catalán de Arqueología Clásica en Tarragona y en la Universidad de Zaragoza como Margarita Salas. Actualmente es profesora ayudante doctor en la Universidad Autónoma de Madrid en el área de Historia Antigua. Sus intereses como investigadora son las mujeres griegas, los contactos culturales en la colonización arcaica y la legitimidad del matrimonio en el mundo griego.

***

Jesús Manuel de la Cruz Martín nació en Madrid (1984). Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid, con la especialidad en Historia Antigua (2007). Actualmente ejerce como profesor de Historia de Educación Secundaria y Bachillerato en la Comunidad de Madrid. Movido por su vocación como comunicador, desde el año 2020 lleva a cabo un proyecto personal de divulgación de la historia para el gran público a través de las redes sociales denominado “Voces de Bronce y Hierro”. Entre sus principales temas de difusión están la Prehistoria peninsular y el mundo ibérico, así como la mitología artúrica.

***

Portada

Los iberos son una cultura antigua que conocemos de manera secundaria a través de las fuentes literarias que nos hablan de ellos. No obstante, han despertado interés en el gran público, especialmente por la aparición de cerámicas y esculturas de gran calidad, como es el caso de la bicha de Balazote. Con motivo de la publicación del libro de divulgación La bicha de Balazote y el más allá de los iberos (Balazote Libros, 2023) charlamos con su autor sobre la importancia de la iconografía y la simbología de los iberos y su relación con otras culturas del Mediterráneo. 

El libro está dedicado principalmente a los iberos, si bien se usa como elemento principal la escultura paradigmática conocida como la bicha de Balazote. Esta escultura, que tiene la forma un torro androcéfalo parecido al dios Aqueloo, es difícil de clasificar. ¿Por qué la denominamos bicha? ¿Qué tipo de criatura puede significar tanto para los iberos como para el resto de pueblos mediterráneos como griegos o fenicios?

El nombre de Bicha procede del mismo momento en que esta escultura fue conocida. En el año 1879 la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Albacete registró la donación de una escultura por parte de un vecino de la localidad de Balazote, situada en la vega del río del mismo nombre, a unos 30 km de Albacete capital. En el registro aparece el nombre “Bicha”, posiblemente porque así fue bautizada por los agricultores que la encontraron, pero no se indica dónde fue hallada. Generalmente se ha asociado su hallazgo con el terreno conocido como Los Majuelos, al noroeste de la población. Excavaciones arqueológicas de urgencia en los años 80 del siglo pasado descubrieron algunas evidencias sobre la presencia de estructuras funerarias ibéricas en la zona, pero no son datos concluyentes y el contexto específico de la escultura sigue siendo desconocido. Las cualidades tan peculiares de la figura, un toro con rostro humano barbudo que descansa plácidamente tumbado y con las patas recogidas, la ha convertido en una figura muy carismática. Actualmente se pone en relación con el dios griego Aqueloo, padre de los ríos de Grecia y de las náyades o espíritus de las fuentes y los cursos de agua, considerado un dios de la fertilidad de los campos, de la salud y de la riqueza personal. Este personaje tuvo cierta relevancia en la Hélade y viajó hasta Italia e Iberia, manteniendo en todo momento sus peculiares rasgos iconográficos. En su viaje hasta occidente, sin embargo, el sentido de la divinidad cambió de forma paulatina. Ya en la Magna Grecia, concretamente en los santuarios de Selinunte (Sicilia) y Locros (Italia), Aqueloo como dios de las aguas y la fertilidad fue asociado con el Más Allá; puente entre mundos y garante de la vida tanto en este mundo como en el otro. Para los etruscos que entraron en contacto con esta identidad, su figura ya era claramente la de un dios protector, que cuida de la salud y actúa como mediador entre mundos. Es muy posible que en Iberia también fuera interpretado de una forma similar.

Si bien la bicha, una escultura de factura local, es un objeto “particular” desde el inicio se asimila y compara con modelos mesopotámicos y griegos. ¿Es correcta esa identificación? ¿Cuáles son los elementos, motivos o realidades que conectan la escultura de la bicha con la de los otros pueblos?

Creo que es necesario destacar que la Bicha no es mesopotámica ni griega: es netamente ibérica, aunque sus paralelos iconográficos vienen de muy atrás. Los frecuentes intercambios comerciales de Iberia con las naciones de todo el Mediterráneo permitieron a los iberos formar parte de la enorme piscina de influencias culturales e ideológicas que podemos denominar koiné mediterránea. En este mundo, las ideas y los motivos eran compartidos por pueblos de muy distinto origen, y es por tanto posible encontrar elementos iconográficos similares en territorios muy alejados en el espacio. Si Aqueloo como divinidad tiene su origen en Grecia, su iconografía se remonta a Mesopotamia. Entre los pueblos del Creciente Fértil se imaginaron monstruos híbridos que combinaban aspectos animales y humanos para expresar sus distintas atribuciones y cualidades sobrenaturales. Los lammasu asirios, toros con rostro humano, son posiblemente los parientes más lejanos de la Bicha. Sin embargo, estas criaturas actuaban en Asiria como espíritus protectores de la realeza, mientras que su pariente Aqueloo adquiere unas cualidades muy diferentes. Además de este pasado iconográfico, la forma bovina de la divinidad también recoge cierto significado intrínseco en la tradición helena. Estrabón (Geografía, X, 2, 19) explica que las divinidades fluviales suelen ser comúnmente representadas como toros por ser una metáfora de aspectos cotidianos de la realidad. El bramido de los toros se asocia al rugir de las aguas desbocadas. Igualmente, los meandros de los ríos pueden asemejarse con cuernos, y la fertilidad de los campos se asocia a la fuerza y vitalidad del toro semental. El carácter protector de la figura de la Bicha, su valor sobrenatural, su relación con las aguas, con la fertilidad y con la vida en los dos mundos, son valores intrínsecos que fueron trasvasados de mentalidad en mentalidad y que compartieron iberos y griegos.

La iconografía ibérica es especialmente relevante debido a que no hemos podido descifrar los textos en ibérico. No obstante, usamos de manera recurrente paralelos con el mundo griego. ¿En qué sentido puede ayudarnos la iconografía griega a interpretar el arte ibero? ¿No estamos cayendo de nuevo en apelar al modelo griego como paradigma?

Hoy por hoy la escritura ibera es indescifrable, por lo que se ha recurrido a la iconografía para tratar de ahondar en el sentido y significado del arte ibérico, que es en definitiva otro tipo de lenguaje. Hablar de iconografía ibérica es hablar de Ricardo Olmos. Este investigador del CSIC ha realizado una inmensa labor con el objetivo de interpretar los códigos simbólicos propios de la koiné mediterránea para poder traducir el sentido del arte ibérico. Su labor ha sido continuada por muchos investigadores, y esta búsqueda ha dado sus frutos. Los grupos aristocráticos iberos utilizaron la cerámica figurada griega, pero discriminaron voluntariamente unos motivos frente a otros, seleccionando solo aquellas representaciones que tenían sentido dentro de sus propios códigos simbólicos. Por ello no podemos decir que el modelo griego sea paradigma, sino que los códigos de este arte nos permiten igualmente leer algunos sentidos de la iconografía ibérica, y de ahí, traducir los códigos iconográficos de los iberos. El mensaje simbólico del arte ibérico es un campo de expresión que pertenece a la élite, instrumentalizado para expresar los valores aristocráticos que explican la legitimidad de su poder y la creación de una memoria colectiva que ayuda a perpetuar sus privilegios. Su estilo arcaizante, mantenido durante mucho tiempo, expresa el conservadurismo de la élite. Por lo demás, muchas de sus claves simbólicas no son en realidad muy diferentes a las de las culturas clásicas y orientales.

La bicha de Balazote representa un animal fantástico, algo que se sale de lo que los iberos veían en su día y día. No obstante, tuvo que tener un significado para ellos y eso conecta con la segunda parte del libro, dedicada al “Más Allá”. Los seres humanos somos simbólicos, en ese sentido los iberos se identificaban con historias mitológicas que justificaban su pasado y representaban su presente. La iconografía, usada como elemento identitario, nos ayuda a mostrar ideas abstractas que nos identifican como sociedad ¿De qué manera podemos conocer a los iberos a través de la bicha de Balazote? ¿Qué es lo que nos quiere contar este “monstruo”?

El arte ibérico de las élites refleja la ideología del grupo dominante y debe ser leído en clave religiosa. Todas sus escenas y composiciones remiten a ese universo, que muy posiblemente fue transmitido de forma oral, en vez de escrita. Quiero proponer un ejemplo muy sencillo. Si no conserváramos ningún texto escrito en griego, ¿cómo podríamos identificar las escenas mitológicas que expresa su arte? Con el mundo ibérico ocurre lo mismo. Sus esculturas y arte vascular nos está expresando un complejo mundo de dioses, semidioses, héroes, guerreros y monstruos, una cosmovisión propia y una extensa tradición épica y mitológica. Pero los nombres de estos personajes, y las voces de sus historias, permanecen mudos para nosotros. Ya hemos hablado sobre algunos de los códigos del arte ibérico. En el caso de la Bicha, su figura de toro representa la fuerza y el poder, pero a la vez su aspecto híbrido y barbado refleja su carácter sobrenatural y sabiduría. Igualmente, los regueros de agua que manan de su nariz a modo de bigotes conectan a la criatura con el elemento acuático, que entre los iberos poseía fuertes connotaciones divinas y ultramundanas. En Iberia Aqueloo no es el dios heleno, sino más bien una criatura psicopompa que habita entre dos realidades, un espíritu acuático que debió formar parte del mundo mítico ibérico. Al contrario que otras criaturas que también guardaban el límite del Más Allá, como las esfinges o los grifos, la Bicha aparece en posición de descanso, y su rostro se gira hacia el espectador. Su composición nos está hablando de una espera paciente. La Bicha está aguardando a que su espectador interactúe con ella, de acto o de palabra. El mensaje concreto, sin embargo, permanece en silencio para nosotros.

El mundo iconográfico era un mundo de seres monstruosos, pero también de escenas de guerrero luchando contra esos monstruos, luchando entre sí en combate singular y de damas de la nobleza. El mundo ibérico nos ha dejado una gran riqueza de elementos arquitectónicos y escultóricos, encontrados principalmente en necrópolis, que no sabemos interpretar ¿Cómo debemos entender a las damas sedentes y oferentes? ¿Cómo símbolos de la aristocracia femenina, transmisora del linaje y equivalentes a los guerreros o como diosas del mundo ibérico? ¿Forman todos ellos una cosmogonía? ¿Cuál es la relación entre guerreros luchando, damas y animales mitológicos?

Los iberos representaban a sus dioses con formas abstractas, como hierofanías solares, betilos o columnas, mientras que sus héroes y personajes célebres recibieron una representación formal. Sólo por influencia directa de estilos extranjeros y en un período tardío de su cultura los iberos llegaron a representar de forma física concreta a sus divinidades, y no con grandes estatuas, sino principalmente con efigies en terracota, como los bustos de las korés púnicas o las damas curótrofas que aparecen en el gesto de amamantar. En todo caso, reconocer en el conjunto escultórico cosmogonías específicas resulta muy difícil. Respecto a las Damas ibéricas encontradas en tumbas, los ejemplos de la Dama de Elche y de Baza nos permiten conocer que estas esculturas actuaban como depositarias de las cenizas de una difunta o bien como figuras que marcaban su tumba. Las figuras de estas Damas representan la versión heroizada de importantes mujeres de la aristocracia, transmisoras del linaje y depositarias de la riqueza familiar. De igual manera, las estatuas funerarias ecuestres representan al difunto en su aspecto trascendente más allá de la muerte, un reflejo del ideal heroico al que aspiran los varones. En el caso de las Damas oferentes, su relación con santuarios permite identificarlas como mujeres de la aristocracia inmortalizadas en el gesto de ofrendar a los dioses. Como parte de un acto público de exposición, estas mujeres aparecen con todas sus galas según su poder adquisitivo, incluyendo amplios ropajes y joyería, que también podemos ver en sus efigies funerarias. Por otro lado estarían las escenas de combates, como las famosas figuras del monumento de Cerrillo Blanco de Porcuna. En ese caso, los guerreros bien podrían representar antepasados heróicos de la familia que mandó construir el monumento, aunque se discute si algunas esculturas, concretamente las que aparecen togadas y en posición estante, podrían representar en efecto a divinidades. En último lugar tenemos las numerosas criaturas mitológicas y cotidianas que formaban parte de los monumentos funerarios ibéricos. En la mayoría de los casos estas figuras, más que representar pasajes mitológicos concretos, expresan ideas generales respecto a la forma en que se concebía el mundo de la muerte y los medios de tránsito de las almas de una realidad a otra, o bien sirven de ayuda para expresar ideales aristocráticos abstractos, como la autoridad, la fuerza o el valor.

Finalmente, debemos detenernos en el contexto de estas esculturas, encontradas principalmente en las necrópolis. Los iberos, al menos la aristocracia que era la que tenía derecho a ello, se enterraban en espacios muy concretos, colinas elevadas donde se superponían las tumbas de hoyos excavados en el suelo con los pilares estela y los monumentos turriformes. ¿Cuál sería su utilidad simbólica en el paisaje? ¿En qué sentido eran una carta de presentación para otros pueblos o para los propios iberos?

Las necrópolis ibéricas guardaban a la vez una funcionalidad simbólica y práctica. Dentro del universo simbólico, las necrópolis eran el lugar ideal para manifestar de manera clara todos esos ideales aristocráticos que en la práctica eran difíciles de mantener. La imagen de la muerte permanece estática, y es por lo tanto un medio muy oportuno para expresar todas esas ideas que se pretenden preservar y transmitir a las generaciones futuras. Por otro lado, también tienen un valor práctico. En el entorno de la Bicha, la región que hoy conocemos como Los Llanos de Albacete, cruzaba la importante ruta comercial conocida como Vía Heraclea. Este espacio está profusamente ocupado por necrópolis. Esto es así porque, además de ser el espacio de expresión de la élite, eran lugares hechos para ser vistos y frecuentados, de manera que ayudaran a expresar la posesión de un territorio y a asegurar el derecho de las familias representadas en ellas. Un mismo oppidum podía contar con distintas necrópolis, como Alarcos, donde cada espacio pudo pertenecer a un linaje diferente, mientras que en otros casos los linajes se enterraban en un mismo lugar respetando unos códigos jerárquicos, como en el Cerro del Santuario de Baza. Algunas necrópolis fueron densamente habitadas durante largas generaciones, como la de Chinchilla, donde se encuentra el monumento de Pozo Moro, o la de Los Villares. Es interesante ver cómo en estas necrópolis algunos monumentos fueron derribados por manos rivales o se cayeron arruinados, y sin embargo sus restos se respetaron o fueron reutilizados para formar parte de nuevos monumentos. Esta reutilización o respeto sagrado hacia una ruina que permanece inviolada expresan complejas ideas respecto al valor del pasado y la perpetuación de tradiciones en el presente. La destrucción sistemática del monumento de Porcuna, y su posterior entierro en una zanja, señalan en la misma dirección. Sólo cuando los monumentos perdieron su valor simbólico con el paso del tiempo o por la llegada de otros pueblos, perdieron su significado y fueron utilizados como material de relleno o como sillares de mampostería, como ocurrió en Ilici, La Alcudia de Elche, al convertirse en colonia romana.

Para terminar, en tu libro hablas mucho de simbología y del mundo al más allá. ¿Cómo era el mundo del más allá de los iberos? ¿Qué se llevaban a su tumba y qué importancia tenía?

En su funeral, la nobleza ibérica se hacía enterrar con algunos objetos seleccionados. No con la verdadera intención de llevarlos consigo al Más Allá, sino como soporte físico de sus ideales y aspiraciones y una expresión del poder y la riqueza del difunto. Hemos citado los vasos áticos con escenas de banquetes. También encontramos algunos objetos personales especialmente queridos por el difunto, como tabas o dados de juego, o vasitos en miniatura en tumbas juveniles o infantiles. Otros objetos, como las armas, no eran tanto un elemento de uso práctico como más bien un indicador de rango social. Es en este sentido cómo se han interpretado el conjunto de cuatro panoplias enterradas junto con la Dama de Baza. También cabe destacar cómo las valiosas y numerosas joyas que lucen las Damas ibéricas nunca se han encontrado como parte del ajuar funerario. Esos objetos no estaban destinados a ser amortizados, sino que eran una herencia a transmitir. En cuanto a cómo imaginaban el Más Allá, éste era un espacio físico al que era posible llegar, aunque no sin riesgos. La ubicación de este lugar fue diversa y pudo cambiar por la influencia de otras ideas religiosas, y puede resumirse en tres localizaciones. En todos los casos este lugar era un Paraíso regido por una divinidad femenina donde los miembros de la aristocracia podían vivir en beatitud gozando de todos los privilegios y derechos de su clase. Ese disfrute eterno suele representarse con escenas de banquetes en la cerámica ática, o indirectamente con figuras de sátiros, centauros o ménades en actitudes de celebración. El espacio de vida eterna podía ser un lugar terrestre o subterráneo, imaginado como un exuberante jardín, o bien un lugar situado más allá del mar o bajo él. La otra forma de imaginarlo era como un espacio celeste, ubicado entre las estrellas, al que podía accederse ascendiendo a través de una escalinata. Para llevar a cabo su viaje las almas requerían de la colaboración de criaturas psicopompas, que los transportarían a salvo hasta su destino, como el caso de las esfinges o los caballos, o bien podrían actuar como guías o transmisores del secreto de su localización, como en el caso de la Bicha.