LAS TRABAJADORAS EN LA ATENAS CLÁSICA. ENTREVISTA A IRENE J. CISNEROS ABELLÁN

Elena Duce Pastor (Universidad Autónoma de Madrid)

Elena Duce Pastor nació en Madrid (1989). Es Licenciada en Historia (2011) y Graduada en Ciencias de la Antigüedad (2017) por la Universidad Autónoma de Madrid. Se dedica principalmente al mundo griego antiguo desde una perspectiva de género. Su tesis, defendida en 2019 en la misma universidad, versaba sobre los matrimonios en la Grecia Antigua. Ha realizado estancias postdoctorales en la Fundación Hardt (2021), en Ohio State University (2022) y en la Universidad de la Sapienza en Roma (2022). Ha disfrutado de contratos postdoctorales en el Instituto Catalán de Arqueología Clásica en Tarragona y en la Universidad de Zaragoza como Margarita Salas. Actualmente es profesora ayudante doctor en la Universidad Autónoma de Madrid en el área de Historia Antigua. Sus intereses como investigadora son las mujeres griegas, los contactos culturales en la colonización arcaica y la legitimidad del matrimonio en el mundo griego.

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Irene J. Cisneros Abellán nació en Zaragoza (1989) y es Licenciada en Historia por la Universidad de Zaragoza (2012), donde también defendió su tesis doctoral en 2019 sobre el trabajo de las mujeres en la Atenas Clásica. Ha realizado estancias de investigación en Oxford en 2016 y 2018. El volumen que ha presentado recientemente es una puesta al día de dicha labor, centrada fundamentalmente en el trabajo en el mundo griego desde una perspectiva de género.

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Portada

Con motivo de la publicación del libro Dentro y fuera de casa. Las trabajadoras en la Atenas de los siglos V y IV a. de C. (Servicio de Publicaciones. Universidad de Oviedo, 2023), charlamos con su autora Irene J. Cisneros Abellán, sobre los trabajos de las mujeres en la Antigüedad. 

Tu libro está centrado en un periodo histórico en el que disponemos de mucha información. La Atenas Clásica democrática fue un momento de afluencia de textos: la tragedia, la comedia, la oratoria, la filosofía y la epigrafía nos muestran variados puntos de vista. No obstante, parece haber un patrón común: las mujeres atenienses vivían dentro de sus casas dedicadas a la gestión del oikos. Desde el inicio de libro, niegas esta realidad y le das el nombre del mito de la segregación sexual ¿Cuál es la relación entre el estereotipo de la segregación de sexos y el gineceo? ¿En qué afecta esto a nuestro punto de vista sobre las mujeres atenienses?

Es una buena pregunta, es cierto que existe esa variedad. La comedia, la tragedia, los ensayos filosóficos, las estelas y tablillas de maldición hablan de realidades cotidianas. En la epigrafía y las tablillas de maldición, aunque a veces se expresen con modos de la aristocracia, se da voz a personas fuera de la elite, tanto varones como mujeres.  En cambio, el resto de las fuentes están producidas por la elite que reproduce y muestra su opinión. Es un modo de ver hegemónico con una ideología detrás. El mito de las mujeres encerradas en casa no ha sido cuestionado hasta época muy reciente porque la documentación estaba mucho más dispersa y la voz de la aristocracia nunca se vio acallada.

Para las elites, las mujeres tienen un papel muy concreto: quedarse en casa tejiendo y dedicadas a las labores domésticas. Nada que ver con la visibilidad pública que era considerado algo muy negativo. Sin embargo, este diferencia entre las fuentes de las elites y la realidad no es única del mundo griego, sino que la hemos detectado en otros momentos históricos. Por ejemplo, en la Inglaterra del siglo XIX también estaba el discurso del ángel del hogar frente a una realidad de mujeres trabajadoras en las fábricas y en las tiendas. La diferencia es que hemos conservado muchas más fuentes y las cartas y los periódicos nos amplían el punto de vista. Otro ejemplo, este mucho más cercano, sería el franquismo español, que también se sostenía que lo ideal era que las mujeres se quedaran en casa cuidando a los hijos. No obstante, en la segunda mitad del siglo XX, por fuentes incluso oficiales, como el NO-DO, vemos a las mujeres trabajando.  Por lo tanto, el discurso de las elites no se corresponde con la vida del resto de la población, en el mundo griego antiguo y en otros momentos de la historia.

Las mujeres han participado en actividades productivas a lo largo de la historia, casi siempre desde la invisibilidad. ¿Cuál era la vinculación con el trabajo y los motivos de las atenienses de época clásica para “ponerse a trabajar”?

Como gran parte de la población ateniense de esta época, lo individual no primaba sobre lo colectivo. Nosotros formamos parte de un liberalismo social y crecemos en la importancia de los derechos y deberes individuales. En la antigua Grecia primaba la comunidad y, en el caso de las mujeres, el colectivo a pequeña escala que era su familia. La elite consideraba que el trabajo era propio de esclavos. No obstante, esto solo era cierto para quien podía comprar, y sobre todo mantener, a un grupo de esclavos. El resto trabajaba. En el siglo V no existía un sufragio censitario basado en cierta riqueza, y quizá esa es la riqueza de la Atenas democrática. Todos los ciudadanos podían ir a la asamblea, pero eso requería tiempo. Por ello, tenía que haber alguien trabajando, hablando en plata manos extra, que eran las de los hijos, hijas y sobre todo la de la esposa. En las tablillas de maldición, para arruinar el negocio de un individuo, se menciona a la mujer, con o sin nombre. No es una cuestión personal, sino que la mujer participa en el negocio. Las mujeres trabajaban para sostener a su familia, sea colaborando o porque el marido fallece. Las viudas eran especialmente vulnerables, especialmente las que tenían hijos pequeños, como documentamos en las vendedoras de coronas.

Hablar de los oficios es complicado, sobre todo en sociedades preindustriales donde la división en tres sectores no tiene demasiado sentido. En su libro clasifica el trabajo sin la visión económica actual, ¿Puede explicar que le ha llevado a clasificar los trabajos en las categorías, trabajos tradicionalmente femeninos, trabajos de naturaleza mixta y trabajos tradicionalmente masculinos?

Básicamente, fue por una razón práctica. Después del vaciado de fuentes de todos los trabajos femeninos me fijé en los eran importantes a nivel cualitativo y cuantitativo. Con esa información había que dar una interpretación en función de pautas comunes. Distribuirlas en función de los tres sectores no tenía sentido, de hecho, la mayoría de los trabajos sería para nosotros sector servicios, que deriva de una sociedad capitalista y de liberalismo económico.

Por ello, busqué las pautas comunes: destrezas adquiridas por ser educadas como mujeres, la función de su familia etc. Con este punto de vista, la visibilidad, el número de veces y la frecuencia que las mujeres constaban en las fuentes cobraba sentido. Hay trabajos femeninos que aparecen poco pero tienen mucha importancia. Otros, como el de las prostitutas, son bastante frecuentes, pues a los atenienses les encantaba hablar de ellas. Los antiguos griegos no eran puritanos como los habitantes del XIX, que mistificaban a la mujer como ser asexuado que cumplía su función reproductiva para complacer a su marido, sino que proclamaban que las mujeres disfrutaban del sexo. Incluso las prostitutas fingían disfrute.

Las comadronas, las nodrizas, o incluso las prostitutas, comparten la clasificación de ser trabajos propios de mujeres. Están relacionados con labores de cuidado y cura, por un lado, y con la reproducción y el sexo, por el otro. A continuación, tenemos datos de mujeres que acompañaban a los varones en trabajos masculinos que no tenían ligación con las labores femeninas. Estos oficios son difíciles de ver en las fuentes: artesanas, banqueras, pintoras, aparecen como casos excepcionales. Mi opinión es que eran parte de un negocio familiar y su participación quedaba diluida. Probablemente no se visualizaba como trabajo, ni se separaba de las otras labores del hogar. Las tiendas y talleres eran espacios domésticos, no solo porque estuvieran en comunicación con la vivienda sino porque eran espacios híbridos.

El punto intermedio, que era bastante visible, eran los trabajos de naturaleza mixta, como la venta al por menor. Si bien los compradores y vendedores eran primordialmente hombres, la guerra del Peloponeso llevó a las mujeres a vender. Aunque no fuera un oficio femenino, sí lo era producir. Tejer, trenzar trenzas, cocer panes, dar cobijo o incluso el gusto por el vino, sí se asociaba a lo femenino. Antes las dificultades de supervivencia, las mujeres toman esa oportunidad.

Pasando a los capítulos dedicados a las diferentes profesiones, el primero de ellos está dedicado a las nodrizas de leche y las ayas. Son profesiones en las que documentamos a mujeres ciudadanas ejerciendo, sobre todo en el primer caso ¿Qué llevaría a las atenienses a este trabajo, pues implicaba abandonar a su familia de manera más o menos temporal? ¿Qué datos vinculan este trabajo con las mujeres libres, las metecas y las esclavas?

Da la sensación que ambos trabajos, nodrizas y ayas, tradicionalmente los realizaban esclavas. El motivo es que implicaba el traslado a un nuevo hogar, donde daban de mamar y luego proseguían con los cuidados de la primera infancia. El personaje de trophos, referido a las ayas, aparece en la tragedia y comedia. Son mujeres mayores, de importancia en la trama y que asesoran al adulto que cuidaron de niños. Las trophoi no evolucionaron, sino que se mantuvieron en manos de esclavas. En cambio, a finales del siglo V. a. C. en plena guerra del Peloponeso, las nodrizas de leche aparecen en la epigrafía, que empieza a ser relativamente frecuente. Cuando un trabajo ejercido por una mujer aparece en una estela funeraria, le daba prestigio. El trabajo, considerado denigrante en la mayor parte de los casos, se hace visible. Considero que ser nodriza tenía cierto prestigio porque este trabajo cayó en manos de ciudadanas. El motivo eran las penurias de la guerra, mujeres viudas que sacaban adelante a sus familias. Una mujer joven lactante tenía una salida. Era un trabajo temporal, las mujeres podían o bien cambiar su vivienda o llevarse al niño a la suya. El hecho de que mujeres atenienses ejercieran este oficio debió cambiar socialmente la consideración de este trabajo que ya no solo afectaba a las ciudadanas sino también a las extranjeras y libertas. Como había sido ennoblecido, nos aparece en las estelas de libertas o metecas.

En el capítulo sobre la prostitución, pasas por las visiones típicas como las esclavas en el burdel o la prostitución callejera. No obstante también hay espacio para la prostitución de las ciudadanas ¿Cuáles eran los motivos o las circunstancias que llevaban a una mujer ciudadana a la prostitución? ¿Qué suponía y quien dirigía su trabajo sexual? ¿Cómo se podía ejercer esta profesión de manera discreta y cómo afectaba a su estatus?

Es un tema muy trabajado y que ha generado mucho interés. Las ciudadanas prostituyéndose lo inició Francisco Cortés Gabaudán (2017) en un artículo titulado “¿Seducción o prostitución? Lisias, Defensa por el homicidio de Eratóstenes” (Emerita85(1), 27–48). Konstan Kapparis (2018) también lo ha trabajado de manera novedosa en el libro Prostitution in the Ancient Greek world. A mí me interesaba la visión de conjunto porque es difícil ver la prostitución de manera encorsetada en la antigua Atenas especialmente la prostitución de burdel y la callejera versus la prostitución de otro nivel. El componente visible y público no se daba en otros espacios como el de puertas para adentro, que eran la posibilidad de la prostitución de mujeres ciudadanas. En estos casos hay un pacto de silencio: las leyes contra el adulterio, las leyes que prohíben prostituir a miembros de tu familia, hace que ambos varones, marido y cliente, lo mantengan en silencio. Eso es lo que pudo pasar con Eratóstenes y Eufileto, los protagonistas del famoso discurso de Lisias “Defensa por el homicidio de Eratóstenes”. Parece un homicidio orquestado y es posible que la mujer de Eufileto estuviera siendo prostituida.

 La clave es que para los griegos, lo vergonzoso era lo visible: el burdel era sintomático de mujeres esclavas. De nuevo el estatus del trabajo está relacionado con que lo ejerzan esclavas y extranjeras. Las mujeres ciudadanas pudieron ejercer la prostitución por su pobreza. En poco tiempo se puede conseguir dinero para conseguir las necesidades sin ningún tipo de formación. En la prostitución hay diferentes niveles, que influían en el precio. Una mujer ciudadana siempre dependía de un varón, llamado kurios. Por lo tanto, podían ser prostituidas mientras que las libertas o metecas tenían más fácil la iniciativa propia.

Es especialmente interesante valorar ciertos oficios cuya función era el entretenimiento y el ocio de un tercero y que no necesariamente implicaban prestación sexual. Las heteras y acompañantes musicales parecen situarse en una línea gris, pues por un lado parecen personas de fama dañada pero también son valoradas por sus habilidades. ¿Cuál era el grado de educación que las alejaba de las atenienses decentes? ¿Dónde se establecía una diferencia clara en la relación con los varones?

De nuevo, un factor clave a la hora de hablar de prostitución es que el término prostituta se usa como insulto, antes y ahora. Conlleva un escarnio público y no está relacionado con el trabajo de la prostitución.  Por lo tanto, es complicado analizar la prestación sexual de intérpretes musicales y heteras. Este grupo de trabajadoras tienen visibilidad pública masculina, participan en symposia, aunque no exclusivamente. De hecho, las intérpretes musicales podían estar también en las festividades femeninas. En una sociedad en la que cada sexo discurre por sus espacios y solo se mezclan en ambiente familiar, aparecen como infiltradas en un espacio que no les es propio.

No obstante, una intérprete de aulos, una especie de doble flauta, era contratada por sus habilidades, no por sexo. Es cierto que algunas músicas podían salir del burdel. También lo es que tanto el aulos como la cítara requieren entrenamiento. En Atenas, la educación masculina tenía fuerte componente musical. Las mujeres entenderían de música porque formaba parte de su realidad pero el entrenamiento se priorizaba en los varones.  Eran, por lo tanto, mujeres educadas para conversar graciosamente y tocar un instrumento. Por supuesto, eso no las libraba de posibles insinuaciones sexuales, simplemente por estar en un ambiente masculino, no obstante, y quiero insistir en ello, eminentemente eran contratadas por sus habilidades fuera del sexo.

La fama de determinadas mujeres educadas está relacionada por su vida laboral, edad, y lo que llamas la “Ilusión de la exclusividad”, término interesante que implica que el cliente se consideraba un elegido por la hetera. ¿Cómo podía desvincularse la trabajadora del hecho de que estuviera realizando un trabajo remunerado y por qué era importante para el cliente? ¿Qué nos cuentan las fuentes?

No existe una diferencia clara en la relación con los varones, ni sentido de algo parecido a “consentimiento”. De hecho, para las heteras, beneficiaba a todos que la línea no estuviera clara. Pensemos en el contexto: estamos en un ambiente aristocrático donde los pagos directos no eran habituales. La relación entre hetera y cliente, como ha estudiado Deborah Lyons (2003) estaba basada en “la cultura del regalo” (“Dangerous Gifts: Ideologies of Marriage and Exchange in Ancient Greece”, Classical Antiquity, 22[1], 93-134).  El círculo de relaciones de las heteras eran muy reducidos, había pocos aristócratas que las invitasen a sus symposia. Cuando la hetera se reduce a prostituta, suele venir del cliente desengañado, en su momento álgido parece una relación de amistad, sexo y relaciones afectivas, posiblemente también intelectuales. Esta sensación de amistad y seguridad estaba reducida a la juventud, posiblemente la edad y el envejecimiento complicaban la vida de la hetera, por muy bien educada que estuviera y podía verse abocada a trabajos menos remunerados, como la prostitución.  

Ahora vamos a pasar a hablar de las trabajadoras en los espacios públicos, concretamente las mujeres dedicadas a la venta de vino en puestos públicos y las taberneras. Es curiosa la relación entre defixiones, maldiciones a una persona o a un conjunto de personas, y la venta de vino. Parece que las posadas y los establecimientos de venta de vino provocaban con más frecuencia la ira de los clientes. ¿En qué afectaba a las mujeres que trabajaban en estos lugares esta situación tensa? 

Estamos ante los casos de violencia en posadas y tabernas. Donde hay alcohol hay cierta propensión a la desinhibición. Puede traer conductas de alegría, depresión o rabia y violencia. En las tabernas también se jugaban a juegos de azar y las prostitutas buscaban clientes en los alrededores. Por lo tanto, es un ambiente complejo. En este contexto, las kapelides (taberneras) tenían que soportar a clientes desagradables. A veces, el problema llegaba a la hora de pagar. Tanto Aristófanes de forma jocosa, como autores romanos, hablan de que las taberneras tenían conflictos para recibir el pago de los servicios. Debemos pensar que era un ámbito masculinizado, donde hacía falta ser agresiva con el cliente para captarlo, como pasaba con la venta callejera, o para que pagase. Estas actitudes eran mal vistas pero tenían todo el sentido. En Las Ranas (Aristófanes) hay una escena de taberna en el inframundo donde la posadera está enfadada porque Heracles se ha ido sin pagar. Debemos pensar que las mujeres tendrían más problemas por el simple hecho de ser mujeres.

Finalmente, cuando te dedicas a los oficios tradicionalmente masculinos, estableces que las mujeres son invisibles por tres factores, la espacialidad, la valoración y la intencionalidad. ¿Podrías explicar estos conceptos?

En la antigüedad, como pasa ahora después de la pandemia, el espacio de casa y trabajo estaba mezclado. Ahora hemos normalizado el trabajo, pero hace 5 años no era nada habitual. En cambio, en la antigua Grecia, el taller no era un espacio aparte, sino que formaba parte de la casa aunque no estuviera interconectado. Por supuesto, también se esperaba que la mujer colaborase en el hogar, como nos muestra la obra Recuerdos de Sócrates de Jenofonte. Nos cuenta que un individuo, que tenía problemas económicos para mantener a su familia extensa (que incluía a viudas y mujeres acogidas por la pobreza de la guerra) no sabe qué hacer cuando su patrimonio se ve mermado. Se le sugiere que ponga a todas las mujeres a trabajar, afirmando que ellas estarán encantadas de colaborar en la casa. Sin duda, las mujeres participaban en el negocio familiar, pero ni ellas ni sus familiares eran conscientes de que eso fuese un trabajo, sino que se asociaba a sus otros deberes de gestión del hogar.

Finalmente, a las hijas se las educaba en el negocio familiar y eso era una baza de cara al matrimonio, pues se las podía casar con artesanos del mismo gremio.

En tu libro pintas un panorama de mujeres trabajadoras que rompe el mito de la segregación. No obstante, ¿En qué medida el ambiente donde se realizaban esos trabajos, especialmente si implicaban contacto hombres o mujeres, podía tener consecuencias para su honra? Realmente, el espacio es un concepto mental. Los ambientes son espacios de visibilidad e invisibilidad mucho más movibles de lo que pueda parecer. Por ejemplo, una mujer que acudía a ver a su vecina, podía llevar un velo que la protegía, pero a la vez estaba pasando por un espacio de tránsito. Salía con un propósito justificado y con una protección simbólica. Lo mismo pasaba con las trabajadoras. Aparecen como mujeres de alguien, como madres o hijas, es decir, insertas dentro de la estructura familiar. Eso ya nos indica que su estatus estaba protegido por la presencia de los varones de su familia. La honra se veía comprometida cuando se ejercían trabajos asociados a la esclavitud, pero por la mezcla de estatus y no tanto por el trabajo. El resto de ocupaciones, o bien formaban parte de la comunidad, o se producían en momentos de necesidad, siendo justificados en mayor o menor medida. Otra cosa es que el discurso oficial fuese el de la reclusión y segregación. En ese sentido, se produce un diálogo entre lo visible y lo invisible que hace de Atenas un lugar especial.