Elena Duce Pastor (Universidad Autónoma de Madrid)
Elena Duce Pastor nació en Madrid (1989). Es Licenciada en Historia (2011) y Graduada en Ciencias de la Antigüedad (2017) por la Universidad Autónoma de Madrid. Se dedica principalmente al mundo griego antiguo desde una perspectiva de género. Su tesis, defendida en 2019 en la misma universidad, versaba sobre los matrimonios en la Grecia Antigua. Ha realizado estancias postdoctorales en la Fundación Hardt (2021), en Ohio State University (2022), en la Universidad de la Sapienza en Roma (2022) y en National Hellenic society en Atenas (2023). Ha disfrutado de contratos postdoctorales en el Instituto Catalán de Arqueología Clásica en Tarragona y en la Universidad de Zaragoza como Margarita Salas. Actualmente es profesora ayudante doctor en la Universidad Autónoma de Madrid en el área de Historia Antigua. Sus intereses como investigadora son las mujeres griegas, los contactos culturales en la colonización arcaica y la legitimidad del matrimonio en el mundo griego.
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Patricia González Gutiérrez es licenciada y doctora en Estudios del mundo antiguo por la Universidad Complutense de Madrid, máster en historia y ciencias de la Antigüedad UAM/UCM y máster en estudios de Género por la Universidad de Sevilla. Sus investigaciones versan sobre la construcción del Género en la Antigüedad y el control demográfico, y sobre ello ha presentado numerosas conferencias y publicaciones, incluido el libro El vientre controlado. Anticoncepción y aborto en la sociedad romana (2015) y Soror, mujeres en Roma (2021). Ha sido, además, asesora histórica en la serie El corazón del imperio (Movistar+).
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Con motivo de la publicación del libro Cunnus, sexo y poder en Roma (Ediciones Desperta Ferro, 2023) charlamos con su autora sobre la importancia de la contextualización del sexo y el deseo en la cultura romana. Para comprender a los antiguos romanos, una sociedad patriarcal donde el poder del pater familias no solo era legal, sino también físico, debemos hacer un esfuerzo que va mucho más allá de lo biológico, y que implica lo social y lo político. El pater familias dominaba al resto de los miembros, y el sexo era un recurso más a su alcance.
Los antiguos romanos no entendían la individualidad como nosotros, ni la construcción de los géneros ni la sexualidad, ¿Qué significaba para un romano ser hombre o ser mujer y en qué condicionaba su vida?
En el fondo ser una mujer implicaba ser un hombre a medias. El cuerpo modélico era el del hombre y la mujer solo era el producto de una cocción defectuosa, aunque, como decía Galeno, necesaria para la reproducción. Los romanos necesitaban justificar la inferioridad femenina y la ciencia: como decía Donna Haraway, siempre ha partido de un conocimiento situado. De hecho, por ello eran mucho más abiertos a que hubiera una fluidez, y les parecía algo viable la transición entre géneros sin demasiados problemas.
La concepción del cuerpo femenino estaba determinada por un órgano, el útero. ¿En qué sentido determinaba tanto la vida de las mujeres?
Más allá de la cocción o falta de cocción los romanos necesitaban justificar lo que consideraban “enfermedades femeninas”, desde los problemas ginecológicos hasta la histeria. Y ahí estaba Platón para proporcionar una solución folklórica al asunto. El útero, decía, era un ser semiviviente que podía enfadarse y mordisquear cosas. Aunque los médicos lo desmintieron, la idea pervivió con fuerza. En el fondo, aunque nos parezca una simpática anécdota, esto justificaba desde los matrimonios precoces hasta las relaciones sexuales forzadas, ya que era en “pro de la salud de la mujer”.
Los romanos aparecen unidos indiscutiblemente a los antiguos griegos. No obstante, son sociedades diferentes en su concepción. Además, parece que los romanos tenían una relación de amor odio con los mismos, especialmente en cuestiones sexuales. ¿Por qué los griegos eran un modelo a seguir a la vez que estaban mal visto? ¿En qué fuentes podemos detectarlo?
Hay corrientes muy fuertes, tanto de filohelenismo como de antihelenismo en Roma, al calor de disputas que, en realidad, eran internas. Ahora bien, lo que detectamos con mucha fuerza es la tendencia a atribuir a los griegos y su influencia cuestiones puramente romanas. Por ejemplo, el tema del “amor griego” para la cuestión del homoerotismo o la pedofilia, cuando las detectamos perfectamente en toda la historia romana, incluida la anterior a la conquista griega. Al final, como siempre, las fuentes escritas son enormemente parciales en esto.
A pesar de culpar a los griegos de todas las perversiones, el sexo formaba parte de la vida cotidiana. Las relaciones sexuales entre los romanos nos parecen frecuentes y públicas, al menos en las fuentes literarias y en el registro arqueológico. En ese sentido, las series y las películas no han hecho más que alimentar esa idea. Nos surge una pregunta: los amuletos, los frescos, la constante presencia de falos en la calle y en objetos de la vida cotidiana hacen volar la imaginación. No obstante ¿Eran todos estos objetos una invitación a la sexualidad?
En realidad los romanos tenían una moral bastante más estricta de lo que pensamos. Las romanas “decentes” iban muy tapadas y la imagen que nos han dado series y películas está muy exagerada. De hecho, la mayoría de falos que encontramos son más amuletos que cuestiones sexuales, como todos los encaminados a repeler el mal de ojo (considerado algo femenino). Es más, quienes custodiaban el Fascinus (ejemplo máximo de amuleto fálico) eran las propias vestales, las sacerdotisas vírgenes y puras de Roma.
Pero no solo podían ser objetos de “buena suerte”. Además de los objetos cotidianos encontrados a lo largo y ancho del imperio romano, lugares como Pompeya y Herculano nos han dado regalado imágenes del pasado. En las primeras excavaciones, sorprendió la enorme presencia de lupanares donde se mercadeaba con el sexo. Parecía que las ciudades romanas estaban llenas de burdeles que ejercían a plena luz del día. Sin embargo, hay voces discordantes ¿en qué sentido hemos podido sobredimensionar o malinterpretar la información de las ciudades ocultas por el Vesubio?
Es que fuimos a excavar Benidorm y nos vinimos arriba. A ver, que es como si intentas interpretar un pueblo de Soria mirando Magaluf. Hay que tener en cuenta que Pompeya era una ciudad de veraneo un poco mal vista, junto con Bayas, en la Antigüedad. Quizás, además, nuestra propia visión que intenta separar público/privado y sexualidad/cotidianeidad nos ha hecho interpretar como burdeles simples casas de verano.
Ojalá ver a los arqueólogos del futuro excavando ciertas zonas o encontrando revistas porno bajo el colchón en una casa de los ochenta. Mataría gatitos por verlo.
En tu libro intentas romper con los tópicos del sexo desenfrenado de los romanos. A pesar de la prostitución y de las relaciones sexuales con esclavos, lo cierto es que el sexo por excelencia para los romanos es el matrimonial, el que tiene como fin la procreación. Por ello, hay una serie de preocupaciones en torno al tema, como el deseo y la fertilidad que responden a ansiedades muy cotidianas para los antiguos (y para nosotros). ¿A qué recursos acudían los romanos en este tema?
Los romanos no creían que la fertilidad fuera obligatoria en el matrimonio, pero sí algo bastante deseable y esperable. Para ello se recomendaron desde amuletos para la fertilidad, posturas especiales (a perrito, por ejemplo, pues se decía que los animales no tenían problemas para concebir)… pero también se intentó controlar que esa fertilidad no fuera excesiva, por lo que tenemos anticonceptivos, por ejemplo.
Es curioso como un recurso para atraer a las parejas fue la magia y la discordancia entre las fuentes, que nos hablan de brujas y clientes femeninas, y las tablillas que hemos encontrado, en que los clientes suelen ser hombres. Ay, si solo nos quedamos en las fuentes.
Lo mismo ocurre con la anticoncepción o con los deseos de llegar a un buen parto. Las romanas se casaban a edad muy temprana, con varones mucho mayores, ¿por qué eran tan tempranos los matrimonios, a qué obedecían y sobre todo, cómo afectaba a las relaciones sexuales?
Aristóteles decía que había un oráculo a los trecenios que les recomendaba no arar en surco nuevo y que era una recomendación para retrasar los matrimonios. Parece ser, por mucho debate que haya en torno a la edad media de matrimonio, que nadie le hizo mucho caso. La edad legal de matrimonio, en Roma, para las niñas era de doce años y tenemos evidencias que nos hablan de que incluso eso se saltaban. Desde el Digesto diciendo que no hay adulterio antes de la edad legal hasta los censos egipcios o la epigrafía. A veces es duro investigar en estas cosas, porque somos humanos.
También nos hablan las fuentes del miedo de las niñas en su noche de boda, desde ruegos para no tener relaciones contra su voluntad, como en los poemas nupciales, hasta Suetonio diciendo que Nerón disfrutaba fingiendo los gritos de las chicas al ser desfloradas.
No deberíamos ignorar el factor de la ausencia de importancia en el consentimiento ni del miedo de las mujeres a esas relaciones. Ni tampoco las consecuencias que podían derivarse de ello, y no hablo solo de embarazos precoces, tan peligrosos ayer como hoy.
El matrimonio no parece partir de un punto fácil, teniendo en consideración la diferencia de edad y de educación entre los contrayentes, al menos en las clases aristocráticas. No obstante, lo deseable eran las buenas relaciones entre esposos, para facilitar la concordia y el buen gobierno de la casa. Cuando no se llegaba a un acuerdo, el marido siempre podía ejercer la violencia, que además no era motivo de divorcio ¿Qué datos tenemos sobre la violencia doméstica? ¿si no era un motivo de divorcio, en qué casos se podía disolver un matrimonio?
Aunque un matrimonio podía disolverse, al menos hasta época tardía, por la mera voluntad de los esposos (o de sus padres, por otro lado, que no podemos olvidar la autoridad del pater familias), la violencia se asumía como algo normal. Si en la legislación tardía se nos habla de los azotes (no cachetadas, azotes de verdad) como motivo de divorcio era porque eran contrarios a la dignidad ciudadana, no por la violencia.
San Agustín nos habla de lo normal que era que las mujeres salieran a la calle con marcas en la cara por los golpes de los maridos, y otras fuentes solo critican la violencia física como una falta de control previo. Tenemos también algunos casos en que se llegó al asesinato, sin mayores consecuencias, por lo visto, a menos que el hombre tuviera problemas políticos con el emperador.
Si las fuentes no nos hablan más de ello es por lo normalizado que estaba. No debería sorprendernos, lo mismo pasaba hasta hace un siglo en cualquiera de nuestras sociedades.
Volviendo al tema de las relaciones sexuales, en el libro dedicas mucho espacio al tema “sexo y religión”. No podemos dejar de lado a los dioses, protectores y guías de la vida cotidiana que estaban presentes en todos los momentos vitales. ¿Cuáles eran los dioses asociados al sexo? ¿Y las fiestas religiosas que propiciaban la fertilidad o las buenas costumbres sexuales?
Es curioso hasta qué punto la sexualidad permea lo sacro y lo sacro la sexualidad. Había desde dioses menores claramente sexuales, como Príapo, pero encargados de la protección de los huertos, hasta grandes diosas como Venus, cuyas funciones iban desde la sexualidad pura hasta ser una diosa de la castidad, bajo la advocación de Venus Verticordia, la que guía los corazones.
Ya no solo es que la mitología esté plagada de raptos, violaciones, sexo e hijos híbridos, sino que las propias festividades cívicas hacen referencia a la fertilidad y la castidad, desde las Floralia a las Cerealia.
Ahora bien, todo bien siempre y cuando se mantuviera bajo el paraguas cívico. Cuando se salían de ahí podía acabar la cosa como en las Bacanales, con represión a sangre y fuego.
Finalmente, parece que el cristianismo introduce un nuevo concepto del sexo, radicalmente distinto al de los alegres rituales de fertilidad en la Roma pagana. ¿Es esto cierto? ¿Cuáles son las referencias que el cristianismo toma y consigue que triunfen? ¿Hay un cambio tan radical del mundo pagano al mundo cristiano con respecto a la sexualidad?
Sí y no. En teoría el cristianismo hace bandera de la castidad y la represión sexual (curiosa disonancia cognitiva cuando se asocia la decadencia del imperio a una supuesta decadencia moral). Se empezó a valorar la virginidad, se eliminaron los vetos para una viudedad perpetua y los sacerdocios tendieron cada vez más a la castidad. Ahora bien ¿y la práctica? En realidad, la Alta Edad Media fue un periodo mucho más distendido de lo que podríamos creer, con una Iglesia incapaz de imponer sus normas a la cotidianeidad, e incluso con edificios religiosos que se plagaban de simbolismo sexual. Y en cuanto volvieron las ciudades a tener potencia, volvió esa prostitución visible y urbana que tanto habíamos visto en Roma. Quizás esto debería darnos una pista de que los libros, sobre todo las obras morales, van por un camino que no es único. La vida cotidiana es mucho más compleja y heterogénea de lo que nos hacen creer los textos y no convendría olvidarlo al hablar de cuestiones como normas, transgresiones, deseos, tabúes o del propio cuerpo.